12 de abril

Unos forasteros llegaron hace tiempo con camiones y grúas de horribles fauces negras y saliva grasienta. Vinieron a construir, junto al camino antiguo, una ancha carretera que cruzara los cerros y llegara hasta el pueblo vecino, y luego hasta el de más allá, y finalmente hasta la ciudad. Las invencibles palas de las máquinas removieron los terrones rojizos, derribaron los olivos y dejaron a la vista las entrañas heridas del campo. Una mañana de enero, de frío azul intenso y bragas en los cuellos y vaho que se confunde con la niebla, alguien les llamó para decirles que no había más dinero, que no habría carretera, que no había más trabajo para ellos. Los hombres se marcharon con las grúas por el camino antiguo y no dejaron nada, tan sólo un rastro de pisadas sobre la tierra ultrajada y el cadáver del campo, todo sangre y ruina y ramas rotas. Han pasado los meses desde entonces. La lluvia vino pronto, como cada marzo, y ya partió, también, como los hombres. Ahora el trigo se eleva verde sobre los cerros. Las espigas vigilan la carretera antigua como mudos centinelas de armadura brillante al sol de la tarde. En la entrada del pueblo está la brecha que los hombres abrieron en mitad del olivar. Ha crecido la hierba y el verde ha cubierto las heridas de la tierra y las huellas de las grúas, y los ancianos caminan por la nueva senda, caída ya la tarde, y vuelven a ese campo que fue su pan en años ya perdidos, que reverdece como la vida que vuelve cada abril sobre el hombre y sobre el tiempo.

Publicado por

Jesús Rodríguez

Periodista, fotógrafo, locutor de radio y escritor de Sevilla. He trabajado para más de veinte medios en distintos soportes. Estoy especializado en política, datos, temas sociales y música electrónica.