El día que cumplí los ocho años
me regaló mi madre aquella armónica.
Tenía una inscripción en letras japonesas
que seguro ha cubierto ya la herrumbre.
Me gustaba escuchar aquel sonido
tan redondo, nacido de un conjuro
formulado al soplar los agujeros.
Transcurrieron los años sin dar tregua
y el tiempo la extravió por los cajones.
Ignoro ya el lugar donde la guardo.
Hoy sólo sé que cumplo veintitrés
y sigo sin saber cómo tocarla.
22-II-10