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La Historia en las cunetas

«La batalla de la memoria la ganó Franco, pero bien ganada», dice el historiador José María García Márquez con la mirada intensa agazapada tras unas gafas de cristal estrecho. En esos ojos se adivinan años de escudriñamiento sobre la Guerra Civil en Sevilla y Huelva, sobre la represión y sobre la identidad de miles de personas que aún vagan por cunetas y olivares, sin nombre, sin recuerdo.

La carrera de José María está basada en la búsqueda de la historia de muchos de aquellos que murieron reprimidos desde el alzamiento de 1936, y sus historias, como leyendas negras narradas en noches de tormenta, asaltan su memoria, como la de aquél que cortó unas orejas a un fusilado para guardarlas como trofeo y fue considerado un «ardiente defensor del glorioso movimiento nacional». Historias de estar «dentro del fango, de las catacumbas del terror».

Su labor de investigación y reconstrucción de la historia a partir de los documentos del régimen franquista tiene como fin, además de la recuperación de la identidad y el emplazamiento de miles de personas represaliadas, el esclarecimiento de una de nuestras épocas más oscuras, «algo que no se estudia en la escuela, que es donde se debería tratar esto, como se hizo con las dictaduras del nazismo y el comunismo en Alemania». Contribuir a «que se sepa quién era Francisco Franco o cualquier otro, que es lo importante, y no quitarle su nombre a una calle cualquiera».

La obra histórica de José María García Márquez es fundamental para tapar los desconchones que pueblan la tapia de aquellos años oscuros sobre los que, poco a poco, con la suavidad de la distancia, comienza a caer la luz.

Un post y una entrevista realizada por Jack Daniel’s y el que esto firma.

Calais Londres

Ya tenéis disponibles los relatos de la Semana II en La Copa del Meado. El tema de esta semana es el primer día en una ciudad nueva. Os dejo con mi aportación y con mi deseo -atrasado, que no menos sincero- de que paséis unas felices Pascuas con los vuestros.

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CALAIS LONDRES

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El tren de Dover llegó a la estación de Londres cuando faltaba poco para las diez. Tarde, como siempre. Maurice Marchand y su esposa, Marguerite, descendieron del último vagón con los pocos bultos que portaban consigo y pasearon una mirada inquieta por el andén repleto de sombras fugaces que surgían de entre la espesa nube de vapor. Se encapotaron con unas caperuzas negras para resguardarse de la lluvia que lagrimeaba por los resquicios del techo y las paredes y se mezclaron con la muchedumbre de fantasmas que se escurría hacia la salida entre jirones de neblina.

Caminaban con paso inseguro, agarrados de la mano, procurando no extraviarse entre aquel runrún impenetrable que resonaba en la estación. Al bajar del vagón habían oído un par de palabras en francés al vuelo, cette nuit, maison, demain, pero enseguida todo fue un gran babel indescifrable y les invadió un terrible desconsuelo y se apretaron las manos sin dejar de mirar al frente. Sabían que eso era cuanto les quedaba por delante.

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El último café

Hoy hemos inaugurado La Copa del Meado, un blog literario en el que los señores Cerero, Buentes, Luisfer y un servidor escribimos acerca de un tema semanal. El tema elegido para abrir la competición es «el último café». Aquí os dejo mi aportación, y os invito a que os paséis por el blog, donde tenéis la de mis compañeros. Votad por el que más os guste y decidid quién gana la Copa del Meado.

EL ÚLTIMO CAFÉ

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El presidente caminaba cabizbajo y con paso lento por aquella calle empinada. Hacía apenas un cuarto de hora que había salido del Congreso, después del pleno, como cada viernes. Pero esa tarde no quiso seguir su costumbre de regresar al palacio presidencial ni que el coche oficial lo llevara a algún otro sitio. Ni siquiera le había apetecido acompañar a la gente de su grupo parlamentario hasta la sede del partido.

El pleno de ese día había sido más largo y duro que cualquier otro desde que llegó a la presidencia. El líder del partido opositor había subido al estrado y le había echado en cara todos los males y problemas que acuciaban al país en medio de aquella horrible crisis que había dejado al Estado en la bancarrota y a cinco millones de personas sin trabajo y desamparados. Al salir del Congreso, una muchedumbre de personas esperaba al presidente para abuchearlo. Por eso decidió que aquel día lo mejor sería ir a dar un paseo sin rumbo, y volver a casa cuando se sintiese más aliviado o la noche no le ofreciera otra alternativa.

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17 de diciembre

El sol de de tenues rayos todavía no se asoma detrás de los olivos, pero la calle despierta clara y quieta. Hay un silencio frío, azul intenso, de complejo industrial en la estepa soviética. Sólo se oye, lenta, la piqueta de albañiles estoicos que mellan la pared de alguna casa. El frío es mil cuchillos en las manos. Poner en marcha el coche se vuelve una aventura. Voy subiendo la carretera, entre hileras de olivos, hasta salir a los trigales, ahora en verde barbecho. En el cielo hay una bandada de gaviotas que revolotean sin rumbo. Van hacia el norte, más tarde hacia el este. Me acompañan por toda la carretera. Giro las curvas, subo y bajo las jorobas del camino, mientras las gaviotas hacen círculos en el aire y trazan un extraño dibujo en el azul de diciembre. Ahora vuelven los olivos. He girado un par de curvas y he dejado atrás a las gaviotas. Ya no las veo sobre las primeras casas del pueblo vecino. Tras una rotonda vuelvo a la carretera y ellas aparecen sobre mí con su vuelo desordenado. Juegan al esconder sobre los bloques de pisos, en los polígonos de fábricas, tras las casas bajas encaramadas en un cerro. En la autovía volvemos a esta extraña carrera donde nadie gana. Las veo a lo lejos, de nuevo entre los campos verdes, más allá de las ciudades y las calles. Vamos sin rumbo, hacia allí, luego hacia allá. Me cruzo con ellas sobre el puente. Se pierden a lo lejos y entonces me despido sin saber, como no sé de las gaviotas, por qué larga vereda iré mañana hacia un destino extraño que no he visto.

Sevilla en los cables de Wikileaks

El cablegate también pasó por Sevilla, como lo hicieron los americanos por Villar del Río en la inolvidable Bienvenido Mr. Marshall de Berlanga. La única diferencia es que aquí, al contrario que en la película, los americanos sí se detuvieron. Y como bloguero de Sevilla vuestro que soy os debo una explicación, y esa explicación os la voy a dar porque os la debo.

Sucedió el 3 de junio de 2004, durante la visita de un día a la ciudad que realizó el por entonces embajador de los Estados Unidos, George L. Argyros, dentro de su programa de viajes regulares a las 17 comunidades autónomas de España.

Durante su estancia, se entrevistó con el entonces Presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, con el Delegado del Gobierno en Andalucía, José Antonio Viera, hoy secretario general del PSOE de Sevilla, y con representantes de la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA).

En el cable que Argyros remitió a sus superiores seis días después, el embajador pone de manifiesto que se había estudiado a fondo la tarea. Empezando ya desde el principio por el título del cable, “Ambassador’s visit to Seville, socialist heartland”  (La visita del embajador a Sevilla, corazón del socialismo).

A continuación detalla su visión de Andalucía como “bastión socialista” y hace hincapié en que es la región más grande y poblada de España y también “una de las más pobres”. Para Argyros, en Andalucía, “decenas de miles de habitantes rurales viven de la asistencia social (conocida como PER) destinada a las temporadas de los trabajadores agrícolas. El Gobierno socialista distribuye los beneficios a nivel local y este patrocinio les proporciona un sólido conglomerado de votantes”.

De su encuentro con Manuel Chaves informa sobre la insistencia de éste en justificar la derrota del Partido Popular en las recientes elecciones de Marzo de 2004 no como consecuencia de los atentados del 11M en Madrid, sino en exclusiva por el hecho de que Aznar involucrara a España en la guerra de Irak. Lo que justificaría que Zapatero retirara las tropas españolas a su llegada al poder.

Sin embargo, más adelante relata que Chaves reitera la intención del Gobierno español de “normalizar y fortalecer” las relaciones con Estados Unidos, ya que a juicio de Chaves “el vínculo trasatlántico es esencial” y “de hecho es la pieza clave del orden mundial”.

Argyros no desaprovechó el encuentro para defender los intereses de su país y recordó al Presidente de la Junta que “las compañías de Estados Unidos han invertido más de 50.000 millones de dólares en España en los últimos cinco años” y que “la confianza de los inversores fue clave para mantener esa tendencia”. A esto, Chaves respondió que “no había razón para que los empresarios estuvieran preocupados” porque “el gobierno no cambiará los principios fundamentales” de la política económica reciente.

Durante el almuerzo que siguió a su reunión con los líderes de la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA), estos le manifestaron su preocupación por un  posible boicot de los consumidores estadounidenses por la retirada de las tropas de Irak y por la posibilidad de una “pérdida de disciplina presupuestaria” con el gobierno de Zapatero, a pesar de que el Ministro de Economía, Pedro Solbes, les produce un “gran respeto”, pero se cuestionan si Solbes podrá “prevalecer sobre otros que no compartan su filosofía” dentro del gobierno.

La otra persona con la que mantuvo un encuentro fue con el actual secretario general de los socialistas sevillanos, José Antonio Viera, por entonces Delegado del Gobierno en Andalucía, tras su última etapa como Consejero de Trabajo y Tecnología en el anterior gabinete de Manuel Chaves.

Además de las inminentes elecciones al Parlamento Europeo y de algunas cuestiones relacionadas con la Unión, Viera transmitió al embajador su temor por “la capacidad de los terroristas para mezclarse” entre los alrededor de 2,7 millones de marroquíes que iban a atravesar España ese verano con sus familias durante su viaje de vacaciones a través del Estrecho de Gibraltar. Al respecto, Viera prometió que España “añadiría más patrullas aéreas en los próximos meses para mejorar la eficiencia” del sistema de monitoreo electrónico que vigilaba las costas andaluzas.

A pesar de esta explicación que, como bloguero de Sevilla vuestro que soy, os he dado, la escena final no fue tan diferente a la de la película de Berlanga. Si en esta tierra se detuvieron, el único rastro que también dejaron a su paso fue una inmensa nube de polvo que cubrió como un fino manto nuestras caras de lelos.

Artículo realizado por Gregorio Verdugo y el que esto escribe.

 

Cinco de diciembre

Es una mañana lenta de domingo, de lluvia y hojarasca. El agua cae a ratos sobre el huerto, breve pero intensa. Leo artículos de prensa e historia, junto a la ventana de mi cuarto. Desde allí veo caer la lluvia, las gotas que cubren el cristal. Cuando dejo de oír el repiqueteo, miro hacia afuera y contemplo el cielo. De pronto veo también un mirlo. Corre sobre la tapia, pica algunos frutos de las parras y vuela al tejado del vecino. Mira al cielo durante un instante y de un salto vuelve a la tapia. Dejo de mirarlo y pronto siento llover de nuevo. Miro por la ventana pero el mirlo ya no está. Se habrá ido, supongo. Ya escampa. Como un ritual, contemplo el cielo. El mirlo vuelve a estar sobre la tapia. Da varias carreras y vuelve sobre sus pasos. Lo contemplo durante largo rato. El cielo sigue jugando a regar la tierra del huerto de poco en poco y el mirlo desaparece con la lluvia y retorna a su sitio cuando escampa. No consigo ver dónde se esconde. Sólo alcanzo a verlo volar del tejado a la tapia y correr sobre las parras. Ha escampado otra vez. El mirlo vuelve a estar sobre la tapia, pero hace rato que ya no corre. Ahora apunta al cielo con su pico amarillo. Mueve un poco la cabeza, da dos pasos breves, indecisos, se detiene. De pronto ya no lo veo. Ha volado a esconderse en casa del vecino, tras la tapia. Quizá me ha descubierto mirando en la ventana y se ha asustado. No tardará en llover de nuevo.

XIII

«Tú no has tenido infancia», me repiten,
y es cierto lo que dicen. Yo no tuve
películas de Disney, ni los Goonies
pasaron por mi tele, ni he leído con Bastian
los libros de la Historia Interminable.
Nunca he visto jugar a Cantona
ni recuerdo aquel juego de las chapas.
Fui muchacho de no salir de noche
pero no disfruté de libros o películas
o de sueños dorados de casi veinte años.
Ya soy un niño grande y extraviado
que no sabe su nombre ni su origen.
Ahora que es difícil labrarse un buen futuro
-el único camino que me queda-
busco ciego una luz, una certeza,
y sólo encuentro gente que me dice:
«tú no has tenido infancia». Me condenan
a esta burla de siglos y me quedo
en este cuarto oscuro, tan niño despojado
de sus días, jugando con mi sombra,
inventándome historias que nadie más conoce.

28-XI-2010

Lo que es España

Los países extranjeros acosan a España por el altísimo déficit nacional. La noticia se está comentando únicamente en el plano económico, como es lógico, aunque mentiría si niego que este bullying de mercado de valores me recuerda más a una regañina de patio de colegio, entre compañeros de clase, acaso con las burlas y el señalar con el dedo típicos de los colegiales.

Los países extranjeros increpan a España, le apuntan con el dedo y se ríen. Le reprochan todo lo que ha hecho, la mayoría de ello malo, y se burlan de ella. La llaman impostora, farsante. Le ponen enfrente el peor de los espejos, el de la verdad dicha por boca ajena. Ahí están los vecinos que ven y dicen todas esas cosas que España misma no quiere (parece que ni siquiera puede) ver ni decirse a sí misma. De la calle vendrán y te meterán las cabras en el corral.

España es un país de mierda, y siempre lo ha sido. Que estemos en el siglo XXI y llevemos 25 años en la Unión Europea no quiere decir que hayamos dejado -o vayamos a dejar- de serlo. España ha sido siempre un país de zánganos y listos, de vividores y farsantes. Un país barroco, de pura fachada. Un país donde antes robaban los castellanos con el conque de los gitanos y ahora se sustituyen a los calós por rumanos -ya ni los refranes se respetan-.

Ya no nos acordamos de los años de la posguerra, de los trenes del exilio y la emigración, de Alemania, Suiza, Holanda. Hoy vemos una foto de los negritos de África jugando con una pelota hecha con un ovillo de harapos y decimos que qué lástima, pero ya no recordamos que hace no tanto rodaban estas pelotas por las calles de pueblos españoles que hoy están embellecidas por obras de -y gracias a- los fondos FEDER y con casas construidas con ese pan y agua eterno y esencial, casi divino, del PER.

Ya hemos olvidado todo esto que malvivimos hace apenas cuatro décadas mal contadas. Vaya por Dios -¡válgame San Vacío, una expresión religiosa!-, en España, patria madre de la memoria histórica cacareada a bombo y platillo. Memoria para según qué cosas, interesada como los españoles, a los que sólo les interesa lo que les interesa. Ya se sabe: de lo que me gusta me harto.

Así somos y así es España, un país de pobres hartos de pan. Unos tiesos, que decimos en el Sur. Nos hemos arrimado a los ricos y hemos visto que nos invitaban a sus banquetes, a su fiesta de democracia bien entendida. Nosotros, que siempre hemos tenido apenas para salir del paso diario, vimos el dinero europeo y nos volvimos locos. Renegamos de nuestra condición y entonces empezamos a derrochar, a poner bonita la casa, a mirar por encima al resto del mundo y a querer codearnos con los vecinos de la jet-set que luego reían nuestra ridícula pose de creernos lo que nunca hemos sido ni seremos.

Y ya se sabe que las vacas gordan al final siempre flaquean o mueren. Y hénos aquí, tiesos como siempre, pero con la desdicha del eterno pobre que de repente, sin saber cómo, fue rico y luego fue pobre, que ya se sabe que el primer paso es muy fácil pero el segundo es de morirse de asco. El tiempo nos ha puesto en nuestro sitio, y ahora, en vez de aceptar de una vez nuestro sino, todo es llorar y querer llevar de nuevo el tren de vida que no nos corresponde.

Pero ahora no están nuestros vecinos para seguir invitándonos al banquete. Nosotros somos como esos nuevos ricos que llegan al barrio como unos intrusos. Nos admitieron en un club cuyas reglas nos venían grandes y ahora que lo hemos puesto en peligro nos hemos dado cuenta -o quizá no- de que en este vecindario europeo no hay don Quijotes que nos ayuden a desfacer nuestro entuerto.

Sólo hay vecinos que ahora ya no son vecinos, sino extranjeros, que señalan con el dedo nuestra culpa y nuestras vergüenzas, nuestro afán por ser lo que nunca hemos sido, nuestro fracaso, nuestra miseria, mientras nos preguntan con cara de inquisición aquello que piensan todos y cada uno de los españoles: y ahora, ¿qué?

Las 17 mujeres fusiladas de Guillena

Jesús Rodríguez / Gregorio Verdugo

Guillena es un pueblo situado apenas a 20 kilómetros de Sevilla que en 1936 contaba con una población de 4.000 habitantes. Cuando se conoció la noticia de que el ejército rebelde se había sublevado contra la legalídad democrática de la República, la gente del pueblo formó un comité que se encargó de la recogida de armas por casas y cortijos, con la anuencia del brigada comandante de puesto de la Guardia Civil.

Establecieron guardias y vigilancia en los accesos al pueblo, llevaron en camionetas víveres y dinamitas a varias poblaciones cercanas e intentaron, sin éxito, volar un puente sobre el Guadalquivir en la localidad vecina de La Algaba.

A las ocho de la tarde del 26 de julio de aquel año, una columna mandada por Ramón de Carranza, que luego fue el primer alcalde franquista de la ciudad de Sevilla, tomó el pueblo y dejó nombrada una comisión gestora a cargo del Ayuntamiento que lo primero que hizo fue suspender a todos los empleados municipales, excepto el alguacil y el jardinero, y sustituir al secretario por otro nuevo.

Dos días más tarde llegó a Guillena una columna al mando del brigada de la Guardia Civil Juan Ruiz Calderón, que se encargó de poner en marcha las milicias junto a Antonio Belmonte, jefe de Falange, y comenzaron las detenciones y las batidas en las inmediaciones de los pueblos para iniciar la represión y persecución de los huidos y, además, evitar los asaltos que se venían dando en cortijos y fincas en busca de alimentos.

Comenzaron entonces las detenciones y los traslados de prisioneros a Sevilla para ser a los pocos días ejecutados. La gran mayoría de los detenidos se entregaron voluntariamente, engañados por los continuos señuelos de los represores y por las amenazas contra sus familiares.

En medio de esa brutal ola de represión que se desencadenó después, durante el otoño de 1937, 19 mujeres del pueblo fueron detenidas y posteriormente sacadas de la cárcel, paseadas públicamente con las cabezas rapadas y obligadas a asistir a misa. Pocos días después, trasladaron a 17 de ellas a la localidad cercana de Gerena, donde fueron asesinadas alrededor de las 10 de la mañana y arrojadas a una fosa común en el cementerio.

José Domínguez, que por entonces tenía ocho años y se encontraba jugando en un olivar cercano junto a sus amigos, le contó al profesor Leonardo Alanís Falante que durante la masacre las mujeres trataron de esconderse en los nichos excavados en la tierra y un sujeto apodado el Moña las cogía por los pelos y las ponía para que las mataran. Mientras ellas trataban de protegerse, sus verdugos disparaban sus fusiles desde la cancela del camposanto. Eran algo más de una docena, todos falangistas, salvo dos o tres guardias civiles. Una de las 17 mujeres presentaba un avanzado estado de gestación. La mayoría de ellas todavía permanecen inscritas en los registros civiles como personas vivas. La hija de una conservó para siempre la hoja del calendario que marcaba el día fatídico de aquel año en que asesinaron a su madre. Se puede decir que a partir de entonces su vida se convirtió en una prolongación inacabable de aquel noviembre trágico que se hizo eterno hasta el final de sus días.

Miguel Aguilera Garzón y Manuel Domínguez Postigo son, respectivamente, hijo y nieto de dos de aquellas mujeres. Hoy están luchando contra las adversidades para encontrar sus cuerpos y recuperarlos para honrar sus nombres y su memoria. Ésta es la historia que nos contaron.

Ver, oír y contar

¿Por qué relatamos historias? ¿Para pasar el rato? A veces. ¿Para informar? ¿Para decir algo que no ha sido dicho todavía? Sí, a veces, sólo para ganarnos el pan de cada día o para hacer que la gente entienda lo afortunada que es, dado que hoy la mayor parte de los relatos son trágicos. A veces parece que el relato tenga una voluntad propia, la voluntad de ser repetido, de encontrar un oído, un compañero. Como los camellos cruzan el desierto, así los relatos cruzan la soledad de la vida, ofreciendo hospitalidad al oyente, o buscándola. Lo contrario del relato no es el silencio o la meditación, sino el olvido. Siempre, siempre, desde el principio, la vida ha jugado con el absurdo. Y dado que el absurdo es el dueño de la baraja y del casino, la vida no puede hacer otra cosa que perder. Y, sin embargo, el hombre lleva a cabo acciones, a menudo valientes. Entre las menos valientes y, no obstante, eficaces está el acto de narrar. Estos actos desafían el absurdo y lo absurdo. ¿En qué consiste el acto de narrar? Me parece que es una permanente acción en la retaguardia contra la permanente victoria de la vulgaridad y la estupidez. Los relatos son una declaración permanente de quien vive en un mundo sordo. Y esto no cambia. Siempre ha sido así.  Pero hay otra cosa que no cambia, y es el hecho de que, de vez en cuando, ocurren milagros. Y nosotros conocemos los milagros gracias a los relatos.

[John Berger, en el congreso Ver, entender, explicar: literatura y periodismo en un fin de siglo, Milán, noviembre de 1994. Recogido en el ensayo de Ryszard Kapuscinski Los cínicos no sirven para este oficio]