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Resistencia y compromiso

Mañana hay convocada una huelga general en todo el país. ¿Qué harás tú? Tienes múltiples opciones. Puedes ir a trabajar (suerte). Puedes no poder ir a trabajar por no tener manera de ir. Puedes querer ir pero darte la vuelta cuando veas doscientos mil piquetes en la puerta del trabajo. Puedes no ir a trabajar. Puedes no ir a trabajar y quedarte en casa. Puedes no ir a trabajar e ir a las manifestaciones, o de piquete. Puedes no ir a trabajar pero ir a ejercer tu oficio, como hará servidor.

Decidas lo que decidas y hagas lo que hagas, y aunque seguramente no te conozco a ti que ahora lees esto, te pido que reflexiones sobre lo que haces y por qué lo haces. Y, en especial, sobre qué conlleva lo que haces. Que si vas a trabajar sepas que ganas un día de sueldo pero que puede ser pan para hoy y hambruna para mañana. Que si vas a las concentraciones sepas que estás protestando y defendiendo un derecho, pero que tu voz se la apropiarán unos sindicatos apesebrados, hipócritas y conniventes con este Gobierno contra el que dicen protestar (y eso cuando algunos pierden el norte y protestan por algo que nada tiene que ver).

Pero esto no es un sermón ni un alegato propagándístico, sino una declaración de intenciones personales, algo que, probablemente, tampoco te interesará (y lo comprendo). Yo iré a la huelga, pero respeto lo que tú hagas. Si quieres ir a trabajar, respetaré tu derecho al trabajo, que también lo tienes. Porque ante cualquier derecho está la libertad de cada uno y, antes, la de cada uno para con los demás.

Para ir a la huelga hace falta mucha resistencia, de aquélla de las huelgas del XIX, tanto para hacer frente a los retos y peligros contra los que se echa mano de la huelga para luchar contra la huelga misma, sus enemigos internos y aquellos que la usan para manipular a los trabajadores y apropiarse de su fuerza. Yo voy a la huelga, pero voy libre y solo, sin nadie que me tome como arma arrojadiza, sin más bandera que mis derechos, por los que voy a pelear como nadie, ningún sindicato, ningún partido, va a pelear si no lo hago yo.

Pero si voy también es por ti. Porque además de resistencia, en una huelga hace falta compromiso. Para uno mismo, para con el que secunda la huelga con uno y también para el que no. Porque la solución a esta crisis que hemos creado entre todos -unos más y otros menos, pero entre todos- hay que encontrarla y aplicarla entre todos, cada uno según su responsabilidad y capacidad. Y para eso tenemos que estar unidos, y dar sin esperar más que aquello por lo que estemos dando.

Mañana, cuando tomemos el testigo de aquellos trabajadores del XIX que pasaban semanas de penurias y represión, de hambre y cajas de resistencia, debemos tomar el testigo de su compromiso y su solidaridad. Debemos pensar en ellos como debemos pensar en el otro. En que no luchamos por nosotros mismos, sino por la sociedad. Y luchar hasta las últimas consecuencias. Porque tenemos esa libertad y ese poder, y porque nadie lo hará por nosotros, pero nosotros sí podemos hacerlo por los demás. Porque nosotros, muchos de nosotros, tenemos un trabajo que defender. Otros, muchos, no tienen más para defender que su dignidad perdida en un semáforo, en las calles, en la nada.

Por eso yo voy a la huelga. ¿Qué harás tú?

Uróboros

25 de septiembre. Hoy hace cinco años que dejé de ser quién sabe realmente qué o quién para empezar a ser lo que soy hoy. Ése que conduce hacia la redacción del periódico por una autovía medio vacía, mirando el sol sobre las lomas a un lado, al otro las torres de los polígonos. Hace cinco años nada de eso era, y hoy, después de haber pasado por allí, todos esos lugares están lejanos y son extraños.

Me pregunto qué será de todas esas tardes del otoño primero, de lluvia repentina, de sol de bronce, de nubes pintando claroscuros en el campo aventado. Los días de antaño son como aquellas estampitas de fútbol de la infancia que pegábamos ordenadas en un álbum, y de cuando en cuando las repasábamos con la alegría y el orgullo de poder decir: «yo conseguí juntar todo esto».

Y en esas estampas hay gente que se mueve, como en las fotografías de Harry Potter. Gente que viene y va y sale del cuadro y otros que llegan, y cambia el escenario y vas viendo lugares olvidados. Y al final del álbum hay una pequeña familia de amigos que sonríen a la cámara, abrazados, unidos por el tiempo. Y el escenario cambia como en un teatro pero ellos siguen allí. Al volver a esos sitios no quedan ni las sombras, sólo la tramoya y un montón de figurantes que nadie ha invitado y nadie conoce. Pero miro las estampas y digo con alegría: «yo conseguí juntar todo esto».

Lo único más triste que haber tenido una infancia triste es haber tenido una infancia feliz y no haberte dado cuenta. Hoy ya es hora de decir adiós a toda la infancia pero aún es tiempo de darme cuenta de todo aquello. Intento recordar cómo era todo hace cinco años, si veía el hoy tal y como es, pero sólo encuentro la neblina de las mañanas primeras del otoño. No sé si por el camino perdí las ambiciones y los sueños de niño que ya no recuerdo, pero sé que en los parques de La Cartuja, en las grises avenidas de Los Remedios, en las estrechas callejuelas del Centro y en veredas de tierra por los campos encontré gente que me hizo encontrar y vivir los sueños nuevos, y acaso también los antiguos.

Hoy todo eso acaba. Ya me toca dejar las viejas sendas, sólo sombras, y conducir un coche destartalado por grandes autovías. Pero hoy todo empieza, y todo vuelve al mismo sitio. Hoy soy el mismo niño de hace cinco años, que cumple su sueño en el periódico que está frente a la facultad en que empezó esta aventura y a donde hoy llego por otros caminos. Me veo con la ilusión de las primeras clases, volviendo cada día a mis amigos, ya de vuelta, como nuevos, como entonces.

Hoy ha venido al mundo un nuevo Buentes. Jesús Rodríguez ha traído el oro entre el bronce de septiembre. Hoy soy Jesús Rodríguez más que nunca. Soy yo y ese niño que viene al mundo con ojos de mirarlo todo por primera vez, en esta larga carretera que ilumina la luz de los días antiguos. Hoy la vida vuelve a la vida y nosotros la abrazamos, siempre nuevos.

La cámara de la luz

La Torre de los Perdigones

Hubo un tiempo en que existió una Sevilla de barrios antiguos, grandes dédalos de calles estrechas llenas de telares y fábricas y casas habitadas por obreros. Hubo un tiempo en que el norte del Casco Histórico de la ciudad fue símbolo y estandarte del esplendor industrial de Sevilla. De aquel San Luis de fábricas y obreros hoy queda poco o nada más que el recuerdo, salvo una atalaya que se alza sobre el tiempo y la mano del hombre, como un centinela eterno de la urbe y sus habitantes.

La Torre de los Perdigones es el vestigio industrial más notorio e imponente de los que han resistido a la transformación urbana de la zona norte del Centro. Esta torre de casi 46 metros de altura formó parte de la antigua fundición San Francisco de Paula, dedicada desde 1890 a la fabricación de productos de plomo, entre ellos munición para armas –industria puntera en la Sevilla de la época-, como los perdigones de los que recibe el nombre.

Originariamente, la Torre de los Perdigones servía para fabricar este tipo de munición mediante un peculiar sistema basado en los recursos naturales más que en sofisticadas técnicas artificiales. Con la ayuda de poleas se subía el plomo hasta lo más alto de la torre. Allí había un horno en el que se fundía. A continuación se dejaba caer el plomo fundido por la torre. El aire que entraba por las ventanas y la fuerza de la gravedad dividían el plomo en pequeñas gotas que se solidificaban dentro una pequeña piscina, en la base de la torre, y de ahí los perdigones.

La fundición, junto a la mayoría de las fábricas de La Macarena, se trasladó en 1950 a los nuevos polígonos del extrarradio. La torre permaneció abandonada hasta que se restauró como mirador para la Expo de 1992 y, ya en 2005, el Ayuntamiento la acondicionó para albergar una cámara oscura con la que poder divisar toda Sevilla y los alrededores.

José Ángel Díaz es el guía de la Torre de los Perdigones. Además de gestionar las visitas –4 euros por persona-, él se encarga de conducirlos hasta la cámara oscura, de accionar el mecanismo de cuerdas que permite controlar el espejo de la cámara y de explicar al atónito visitante qué es lo que está viendo en cada momento en la gran “pantalla” ovalada. José Ángel habla de la maravilla de poder ver “fotografía en movimiento” que refleja el espejo y que deja embelesado a todo el que la visita. “Es maravilloso poder ver una fotografía de Sevilla y encontrar que esa fotografía se mueve, que es lo que realmente está pasando ahí fuera”, explica.

El Parque de los Perdigones y el noroeste de la ciudad, desde la Torre

Mientras va girando el espejo y va cambiando la imagen -ahora más lejos, en el Aljarafe, y ahora un poco más cerca, casi a nuestros pies-, José Ángel va explicando qué es lo que estamos viendo. “Esta cúpula grande de aquí es la de San Luis de los Franceses, y ésta de la derecha es la torre de Don Fadrique y al lado está el convento de Santa Clara, y el de San Vicente”. Son “monumentos que la gente no suele visitar, que están olvidados”, dice José Ángel, pero gracias a la cámara oscura “podemos mostrárselos a la gente, decirles que están ahí y explicar cómo son”.

El guía continúa descubriendo todos aquellos detalles de Sevilla que el ojo no suele ver desde el suelo. “¿Veis esa silueta delgada? Es la otra torre de los perdigones, en el Polígono Calonge. ¡Mirad ahí! Es el metro cruzando el río hacia San Juan”. Ciertamente alguien podría pensar que la cámara oscura es un artilugio mágico y que esa fotografía que se mueve no es más que una mera ilusión, el fruto de algún truco de factura oculta. Pero en esta ciudad de maravillas increíbles todo es lo que parece. José Ángel abre de pronto un par de puertas metálicas y la cámara oscura se vuelve luminosa y clara con la luz del día que entra a raudales. Los visitantes de la torre salen al balcón de la última planta, el mirador, y se tornan vigías de la urbe, deslumbrados por el espectáculo de contemplar Sevilla desde lo alto, como nuevos giraldillos.

Después de media hora -el tiempo que dura cada sesión de cámara oscura-, los visitantes se despiden del siempre sonriente José Ángel, y vuelven a los jardines que hay al pie de la torre. El viento esparce el agua fresca que mana de la fuente, rodeada de césped y árboles que dan sombra a los bancos. Es el lugar perfecto para descansar brevemente, para cerrar los ojos y ver, aún nítida en la retina, la estampa luminosa de Sevilla. El sol comienza a abrazar la ciudad. El viento caliente ya no juega a salpicar con el agua y ahora abofetea el rostro. Fuego lento. Ha llegado el momento de dejar los bancos y tomar un refrigerio, acaso ya el almuerzo, en el kiosco-restaurante Torre de los Perdigones. Porque también sacian el hambre los vigías, y porque Sevilla no sólo entra por los ojos.

Emilio Morenatti: fotografías

Un pequeño detalle de lo que está siendo (y va a ser hasta el jueves) el Congreso de Medios Regionales que la Universidad Pablo de Olavide organiza esta semana en Carmona, Sevilla (y un pequeño adelanto del post que colgaremos el fin de semana, con lo más relevante).

Este vídeo muestra, a su vez, un vídeo con parte de la obra del fotoperiodista español Emilio Morenatti, premio Fotopress 2009. El vídeo se proyectó al final de la tercera mesa de hoy, martes, en la que él y sus compañeros y amigos, Pablo Juliá y Juan Carlos Rodríguez Aparicio, hablaron de fotografía y fotoperiodismo.

[Youtube=http://www.youtube.com/watch?v=zeKi_4m9WyI]

Puedes leer más sobre la mesa de fotoperiodismo del Congreso en las entradas de 1001 Medios y Ana Asuero. También puedes seguir el congreso a través de twitter, en nuestra cuenta y de la etiqueta #mediosregionales.

Los encierros de Sevilla

Ernest Hemingway, escritor y periodista estadounidense conocido, entre otras cosas, por su afición a las fiestas de San Fermín, hubiera parafraseado y adaptado a nuestra ciudad la famosa cita de Obélix el Galo -«estos romanos están locos»- si hubiera podido levantar la cabeza para presenciar el encierro de esta mañana en la Plaza Nueva.

No faltó una persona, ni un detalle. Allí estaban a las diez y media, como un clavo, los policías-mozos con los pañuelos colorados del Sindicato Profesional de Policía Municipal de España (Sppme) y los periódicos enrollados. No tardó en llegar la Charanga del Pirata, y con un «música, maestro» comenzó el baile y la fiesta.

Pero faltaba alguien por llegar. Aquél a quien habían venido a hacer la ofrenda. San Alfredín, el santo «patrón de los incumplimientos», como rezaba un improvisado escapulario en su hábito, llegó acompañado por la hermana Sor Nevada “La Tacaña”. Justo detrás, cerrando el cortejo, los tres maestros que iban a lidiar a dos peligrosos astados: Recortao (el del recorte a los funcionarios) y Malpagao (el del pago de la productividad). Eran algo más de las 11, y los policías-mozos hicieron sonar el petardazo -primo sevillano del chupinazo- con el que daba comienzo el encierro.

“San Alfredín, venimos a pedirte, por favor, nos pagues lo que nos debes…”, cantaban los mozos enfervecidos delante del patrón. El portavoz de los policías, Manuel Bustelo, se refirió a “los continuos incumplimientos” del Ayuntamiento respecto a “los acuerdos que tenemos firmados desde el año pasado” y antes, en los que “no sólo se recogen “cuestiones económicas”, sino también otras relacionadas con “medios, instalaciones o vestuario”. Tener «el culo plano después de tantas reuniones», como dice Bustelo, explica que sus muchachos acuedieran al encuentro del santo cantando aquello de ”a Plaza Nueva hemos de ir, pa que nos pague, pa que nos pague… a Plaza Nueva hemos de ir, pa que nos pague San Alfredín”.

Mientras, los toros Recortao y Malpagao hacían de las suyas entre el gentío. Aunque los tres maestros, con el Niño de la Pipa -de extraño pero, obviamente, casual parecido con el teniente de alcalde, Antonio Rodrigo Torrijos– como cabeza de cartel, intentaban torearlos, finalmente quedaron desbocados y los mozos acabaron corriendo un encierro sin incidentes y con mucha guasa por toda la Plaza Nueva y por una calle Sierpes convertida por un momento en la Estafeta de Sevilla. Seguro que Hemingway hubiera disfrutado de lo lindo viendo a estos sanfermines desde la terraza del Bar Laredo.

2010

[Youtube=http://www.youtube.com/watch?v=k3vx0I2tm64]

Hoy es lunes, pero un lunes sin prisa. Sevilla ha amanecido con parsimonia, entre el canto de los vencejos que bien parecían imitar las bocinas de la noche anterior. Hasta la calor ha dormido más de la cuenta y ha concedido a los sevillanos una pequeña tregua matutina en este lunes de fiesta improvisada.

Hoy Sevilla no parece Sevilla. El bullicio de la madrugada ha dejado una ciudad lenta, serena, como de costumbre, pero sin bullicio, con una brisa fresca y un sol de brillo extraño, acaso más dorado que otros días.

En el Duque, Velázquez y algunos jubilados disfrutan la mañana brillante de triunfo. Algunos callejean sin rumbo y sin apremio, y en la estación de metro surge un hilo continuo de personas que caminan sin pausas hacia el tajo.

Los valientes que velan sin descanso la ciudad, que aguardan con paciencia otra noche de jolgorio -de tantas como habrá- tras la victoria que mece en dulces sueños a Sevilla, bañada en rojo y gualda, en gloria y alegría.

[Artículo original publicado en El Correo de Andalucía]

En el Pumarejo

Les presento un adelanto del reportaje sobre el acoso inmobiliario en Sevilla en el cual estamos trabajando Jack Daniel’s y servidor de ustedes. Pronto, en estas mismas páginas, la versión íntegra. Permanezcan atentos. O no.

***

Esta vorágine de compra y venta de inmuebles que se desató en la zona norte del Casco Histórico de Sevilla desde finales de los 90, al abrigo de la burbuja inmobiliaria, se detuvo de golpe con el estallido de la crisis en 2008. Sin embargo, Ángel Monge, director de OTAINSA, aclara que no se paralizó “absolutamente”, sino que persiste un “acoso menor”, debido a que “el propietario tiene un interés en que se marche el inquilino, pero sabe que mañana no va a vender”.

Este “período de descanso” al que hace referencia Monge dificulta el encontrar víctimas de acoso inmobiliario. Es la causa de que, durante los sucesivos periplos por el barrio, haya resultado complicado encontrar vecinos que quisieran dar su testimonio. A ello hay que añadir el habitual miedo de las víctimas a hablar, un temor palpable que tiene su raíz en las represalias que han tomado los caseros contra los inquilinos que osaban denunciar sus abusos.

Fue así como, finalmente, llegamos a la calle Macasta, en las entrañas de San Luis. Un callejón estrecho de solería antigua de barro, en forma de ángulo recto, invadido por construcciones de nueva planta y estética moderna en ambas aceras, en cuyo vértice se alza un ruinoso edificio de tres plantas que se desmorona a pedazos, como una atalaya fantasmal que resiste los envites del tiempo y de los hombres.

En esta casa viven seis familias. Una de ellas es la de Julio, el inquilino de la primera planta que nos enseñó la casa. Durante el macabro itinerario turístico comenzaron a revelarse los tabiques y muros agrietados, los tendidos eléctricos deprimentes, los rastros de los sumideros atascados, las humedades, los canalones de desagüe descolgados y fracturados por la mitad, las escaleras desvencijadas, las puertas reventadas y arrancadas de sus goznes, las ventanas desnudas de cristales, los escombros y la basura amontonados y el mal olor que impregnaba toda la estancia.

Tokyo

Una ciudad de gente y de ruido,
de grises rascacielos arrojados
y pensiones de barrio en que dejé
aquello que en otro lugar fue mío.
En esta ciudad oigo una voz detrás de todo
que me busca y me llama entre todas las músicas.
Me marcho con un llanto sereno porque alguien
me amó sólo un instante, y eso basta.
Esta ciudad, sus infinitas luces
que brillan en la noche y que vuelven conmigo
camino de una casa que ya no sé si es mía.

31-V-10

[Corrección del poema de la anterior entrada, con la impagable ayuda del señor Cerero]

XI

Hay ciudades lejanas, bulliciosas,
de largas avenidas y rascacielos altos
en cuyos ventanales contemplaste
el mundo dando a luz sus maravillas.
Aquello que llevabas lo dejaste en las calles,
en bares, en las camas de pensiones de barrio.
Perdido en las ciudades, como un niño,
escuchando la música que hay entre el bullicio,
la tenue voz de alguien que te llama y te busca
para hablarte al oído y darte un beso.
Retornas con un llanto sereno porque sabes
que alguien, una vez, te amó por un momento
en ciudades que brillan por las noches,
ciudades de neón donde ya siempre vives.

30-V-10