Comienza el congreso de la continuidad en el PSOE

Gregorio Verdugo / Jesús Rodríguez. Mucha expectación en la antesala del plenario del 38 Congreso del PSOE en la tarde de hoy, justo antes del informe de gestión de José Luis Rodríguez Zapatero como secretario general del partido en su último mandato.

Las figuras relevantes del partido, los verdaderos protagonistas, llegaban al cónclave rodeados de ese ya clásico aura de superioridad por encima del resto de los mortales que otorga el sentirse acosados por las cámaras y los micrófonos cada vez aparecen en algún lugar.

Muchas sonrisas y miradas distantes, saludos alejados de la cordialidad que impone la intimidad, sobre todo con los presuntos rivales, y atenciones personalizadas, cercanas, pero bañadas por una pátina de superficialidad rayana con la hipocresía. Estamos en el congreso de un partido político, lo más cercano que se conoce a un pasillo de comedias.

En la previa, algunos militantes nos cuentan que el resultado de este cónclave, en el que la publicidad y los personalismos han estado siempre por encima de las ideas, no es lo más importante, sino que si el partido no logra abrirse muchos de ellos se irán. Planea uno de los peligros que están latentes, la ruptura.

Bajo la parafernalia publicista que ha montado el aparato para recibir a los delegados late la expectación desde la nostalgia que espera el prodigio, como en los viejos tiempos, que levante a una militancia vapuleada por los últimos resultados y por el desánimo y sea capaz de despertar la ilusión perdida entre los entresijos del ejercicio del poder.

Todo el mundo mirando al cielo, suspirando por el milagro que se sabe imposible, sobre todo por las premoniciones negativas que aventuran las noticias que van llegando desde fuera. Esta vez el optimismo habitual se quedó a las puertas del Barceló y da la impresión de que ahora mismo todo el socialismo español está más pendiente de suturar las heridas que producen las severas hemorragia internas que de aportar una verdadera alternativa a la situación del país. Es lo que tienen las crisis programáticas, que primero se intenta ponerles rostro antes que sanarlas con el medicamento adecuado.

El arranque

En este clima de incertidumbre se dirigió José Luis Rodríguez Zapatero en su última alocución como líder del partido a los delegados del congreso. Un Zapatero con el gesto cansado y sin el verbo ácido característico de su oratoria más brillante. Como queriendo imponer de antemano un tono reflexivo a una intervención que es del todo irrelevante de cara a lo que aquí se va a decidir. ¿Acaso hay mejor evaluación para un informe de gestión que lo que determinan con contundencia las urnas?

El ex presidente del gobierno arrancó su discurso expresando su “afecto y respeto profundo” por sus compañeros del partido “de toda su vida”. Justificó el resultado de las municipales y autonómicas de la pasada primavera en la situación que estaba atravesando entonces el país, a pesar de “la brillante gestión que muchos compañeros hicieron en ciudades y comunidades”. La debacle en la generales la achacó a la crisis, aunque reconoció que tardó en verla venir. Un discurso que ya por repetido suena a demasiado cansino.

Para explicar por enésima vez la crisis que, según él, desbancó al socialismo del poder volvió a recurrir al ya habitual paseo por los lugares comunes; el excesivo endeudamiento privado, la pérdida de productividad de la economía española y su abusivo apoyo en la burbuja inmobiliaria y en las especulaciones del sector financiero. Debilidades de una economía “que hemos acabado pagando”, y que sufre como ninguna situaciones externas “que van a seguir condicionándola”.

Las lecciones de una debacle

A pesar de todo, Zapatero confesó que ha extraído tres lecciones tras lo ocurrido desde aquel nefasto 10 de mayo de 2010. Una global; la globalización abocará a una nueva relación de las fuerzas políticas. Otra europea; Europa ha perdido la ambición y la energía por su falta de unidad. Y finalmente una para España; las aspiraciones de bienestar de la sociedad española no vendrán de las políticas aplicadas durante los últimos 25 años.

A partir de este punto, Zapatero entornó su figura hacia el perfil de hombre de Estado que le corresponde asumir a partir de ahora. Manifestó que España necesita con urgencia recuperar “ideales colectivos” y que ha de hacerlo partiendo de su cultura.

Se reivindicó afirmando que las medidas tomadas en 2010 “salvaron al país de ser rescatado” y que tuvieron una enorme repercusión en el resultado del 20N, cosa de la que “era consciente”. Fue entonces el momento cuando reconoció haber tardado en ver venir la crisis. Y lo dijo con el gesto serio, compungido y tenso, como si le molestase tener que hacerlo en ese preciso momento. Un cierto aire de desánimo comenzaba ya a corretear por los surcos de su rostro serio.

Intentó animar a los suyos diciéndoles que “el objetivo del PSOE no es derrotar al PP, sino a la crisis” y que las propuestas socialdemócratas “no sólo están vigentes, sino que se extienden por Europa”. A partir de ahí hizo la ya algo manida retahíla a cerca de las conquistas sociales puestas en marcha, fundamentalmente durante su primer mandato. Algo innecesario puesto que pocos aquí se las discuten.

En los corrilllos, los informadores se preguntaban si su continuas alusiones a los avances en igualdad y la necesidad de seguir profundizando en ella no sería un mensaje velado de apoyo a Chacón. Lo mismo que cuando elogió a Bono, su rival en el anterior congreso, que todo el mundo entendió como una llamada a que no hubiera puñaladas una vez finalizado el cónclave.

En broma, los periodistas comentaban que a raíz de esa alusión reaparecieron los 956 cuchillos que habían desaparecido como por ensalmo de la cubertería del Barceló nada más iniciarse en Congreso. También fueron interpretadas sus continuas alusiones a haber conseguido mantener el partido en la más absoluta independencia como un crítica velada al grupo PRISA.

La despedida

“Aquí termina mi tiempo”. Con esta frase concluyó su última intervención como secretario general, con aspecto de estar muy cansado y de vuelta de casi todo, agradeciendo como obligado la ovación cerrada con que premió el plenario a un discurso mediocre.

En los pasillos ya comenzaba a rumorearse con insistencia que Gaspar Zarrías se estaba afanando en la búsqueda de avales para Antonio Quero, con el objetivo de restarle apoyos a Chacón. Pocos minutos después el representante de la candidatura AQ38 hacía unas declaraciones en las que renunciaba a presentarse como candidato. Tal vez hubo otros movimientos y acabaron por anularse unos a otros. Lo cierto es que ya parece bastante claro que éste no será el congreso de la famosa tercera vía.

Publicado por

Jesús Rodríguez

Periodista, fotógrafo, locutor de radio y escritor de Sevilla. He trabajado para más de veinte medios en distintos soportes. Estoy especializado en política, datos, temas sociales y música electrónica.