«Si abandonamos el Jardín Americano, fastidiamos el objetivo de abrir La Cartuja a la ciudad»

En abril del año pasado entrevisté a Enrique Hernández, presidente del Colegio de Geógrafos de Andalucía y portavoz de la Plataforma SOS Jardín Americano, para preguntarle por el lamentable estado de abandono al que el Gobierno municipal de Juan Ignacio Zoido ha condenado a este espacio verde de la Exposición Universal de 1992.

Rescato y publico esta interesante entrevista, que aún no ha visto la luz, no sólo porque la situación del jardín apenas ha cambiado, sino también por la visión de Hernández sobre la intervención ciudadana en el urbanismo y la configuración de la ciudad tanto a través de la normativa como del uso colectivo de los espacios urbanos al ocuparlos y apropiarse de ellos.

La pasarela de La Cartuja, sobre el pantalán de la dársena y el Jardín Americano
La antigua pasarela de la Expo 92 une el centro de Sevilla con La Cartuja sobre el Jardín Americano

Llama mucho la atención que se está promoviendo siempre la colaboración público-privada, pero cuando la ciudadanía presenta iniciativas serias, útiles, respaldadas por la gente y que cuestan poco dinero, no se les presta atención.

Pero eso tiene una lógica profunda, porque si la gente se dedica a hacer las cosas, ¿qué hacen entonces los políticos? Y sobre todo, porque de por medio no hay cash. Un ejemplo modélico de iniciativa público-privada de uso para la ciudad y empleo: el pelotazo de Altadis. Ése es el modelo urbanístico canónico y clásico de cómo se construye la ciudad a partir del entendimiento en las alturas entre la clase dirigente y las élites económicas en unas esferas a las que el resto del vulgar populacho no tenemos acceso de ninguna manera. Eso transcurre ahí arriba, en unas autopistas magníficas entre unos y otros. Se ponen de acuerdo y ellos construyen la ciudad. Lo que ocurre es que la ciudad es el sitio donde todos viviremos prácticamente toda nuestra vida, y hasta ahora hemos, en cierto modo, cedido la competencia de hacer nuestro mundo a una serie de gente.

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El Nuevo Mundo de Sevilla

[Artículo publicado originalmente en El Correo de Andalucía, el 19 de octubre de 2010]

La Cartuja se levanta y extiende al otro lado del Guadalquivir, como una isla ignota para la ciudad. Un Nuevo Mundo particular que el sevillano debe, más que nunca, descubrir.

Sevilla la Barroca es un eterno claroscuro donde cada paso es un puente que cruza una nueva frontera entre la luz y la sombra, entre el brillo de lo antiguo y un nuevo hallazgo en la penumbra. La Sevilla barroca de antaño, la de los puentes entre orillas, entre lejanas tierras, aquella que se descubrió a sí misma y ante el mundo entero cuando el desvelo de la más nueva de sus partes cumplió cinco siglos, aquélla es la misma ciudad que hoy sigue tendiendo puentes hacia su orilla más nueva, La Cartuja. ¿Pero qué conocen los sevillanos de esta isla casi ultramarina para muchos? ¿Qué hay por descubrir en este Nuevo Mundo particular de Sevilla?

Que los tiempos han cambiado es indudable. Por eso todo aquél que pretenda lanzarse a la aventura cartujana ha de tomar un medio motriz práctico y apropiado, como las carabelas colombinas, pero acorde a los tiempos modernos. No es posible pensar en otra cosa que en una bicicleta con la que poder volar a lo largo de kilómetros de carril-bici y surcar los puentes que nos llevan hasta las maravillas de la orilla desconocida de la ciudad. 

Quizá como premonición, como profecía en la que nadie ha reparado, en La Cartuja el carril-bici se extiende como una gran serpiente a lo largo del Camino de los Descubrimientos, una de las vías principales de la Expo de 1992. Hoy es el punto de partida de un dédalo de calles y glorietas, de edificios y parques en los que las maravillas de entonces se alzan espléndidas junto a las más recientes. Probable y lógicamente, lo que más deseará conocer el visitante (y acaso lo primero que llamará su atención) son los antiguos pabellones de la Exposición Universal que aún quedan en pie.

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