La Junta sigue sin pagar las ayudas a la dependencia

sevilla report | Ha pasado casi un mes desde que la Asociación Sevillana de Unidades de Estancia Diurna (ASUED) comenzó el pasado 18 de junio sus protestas frente a la sede de la Agencia de Servicios Sociales y Dependencia de la Junta de Andalucía en la avenida de Hytasa de Sevilla. En este tiempo, las 20 empresas y cooperativas que componen han visto cómo otras de distintos puntos de Andalucía se les han ido sumando hasta que en la mañana de ayer se concentraron unas 150 personas de Sevilla, Huelva, Córdoba, Málaga y algunos puntos de Cádiz frente a la sede de la Agencia.

La situación de impago que sufren las unidades de día y las residencias, de la que ya informó en exclusiva sevilla report, se prolonga con los días, a pesar de que desde hace mes y medio los responsables de la Agencia y de la antigua Consejería de Igualdad y Bienestar Social, ahora integrada en la de Sanidad, han incumplido semana tras semana las continuas promesas de que el pago se iba a realizar en los siete días siguientes. A pesar de que hace algo más de un mes se efectuaron los pagos del mes de marzo, la deuda aún asciende a tres meses (abril, mayo y junio), mientras que en el caso del programa de fin de semana para las unidades de día, el cual no está incluido en la Ley de Dependencia sino que es un programa aparte, los impagos se remontan al mes de enero.

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Los impagos en dependencia también afectan a las residencias de Sevilla

sevilla report | Dos cerezos frondosos de hojas cárdenas flanquean la entrada de la Residencia de Mayores Siglo XXI. “Son franceses», nos cuenta Javier Granado, el director, «dan cerezas cada tres años, y están muy buenas”. Por delante, un amplio y cuidado jardín de casi 40.000 metros cuadrados se ofrece al paseo por entre una amplia variedad de árboles y plantas.

“Ahora tenemos una invasión de abejas», nos dice mientras nos acompaña al cobijo de las sombra. «Hay dos fincas cercanas que tienen panales y no les ponen el agua que necesitan y cuando regamos el césped y los árboles nos invaden. Hemos puesto un barreño allí, para que se concentren en un solo lugar y no estén por todo el jardín con los abuelos paseando. Es muy peligroso”.

Javier nos señala un barreño de cinc colocado bajo la sombra de uno de los pinos a cuyo alrededor revolotean cientos de abejas que se posan para tomar el agua que necesitan y marchase de nuevo al panal del que provienen. “Hemos ido al Seprona y al Ayuntamiento para que nos den una solución, pero han hecho oídos sordos a nuestras peticiones y hemos tenido que improvisar lo del barreño”.

La Residencia de Mayores Siglo XXI está ubicada en el kilómetro 160 de la carretera de Alcalá de Guadaira a Utrera, en Sevilla. Javier se queja de que la misma desidia que se ha encontrado por parte de la administración con el problema de las abejas se repite con la deuda que la Junta de Andalucía tiene contraída con ellos.

El complejo cuenta con 50 plazas de las que 40 son concertadas. Desde marzo de este año la administración andaluza no les abona las mensualidades, lo que supone ya un montante de deuda de más de 70.000 euros, a unos 25.000 euros por liquidación, ya que la instalación tiene unos gastos fijos mensuales de 35.000 euros. A pesar de ello “a los trabajadores no se les debe nada actualmente, aunque ya hemos mantenido una reunión con ellos para que sean conscientes de la situación que estamos atravesando”.

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Amenazas de cierre en las unidades de estancia diurna de Sevilla

sevilla report | Sevilla no es una metrópolis habitual, acaso ni siquiera una gran ciudad. Es más bien un pueblo grande, como dicen los mismos sevillanos, y esto tiene sus defectos, y también sus ventajas. A falta de un barrio chino, uno de esos elementos comunes que hacen de las grandes urbes entes más o menos homogéneos, la ciudad tiene en el barrio de Sevilla Este su propio Lejano Oriente. Por eso uno no debe extrañarse de que en una de las entradas al mayor de los sectores hispalenses esté la calle Marathon, como símbolo macabro de la caminata que debe emprender quien quiera visitar esta zona de la ciudad, o de que en esa misma vía se encuentre una unidad de estancia diurna para mayores cuyo nombre, Alcira, hace referencia de forma inmediata e inevitable a otro oriente: el Levante español.

Es media mañana y en la puerta trasera, resguardados del sol que ya escuece en la piel bajo unos soportales, hay dos hombres hablando por teléfono, cada uno en su móvil de espaldas al otro, cual dúo despechado a lo Pimpinela. Son el director de la unidad, Rafael Cueto, y su mano derecha, José Carlos Marqués, director de Macaghe, una empresa externa que proporciona los servicios de distintos tipos de profesionales: psicólogos, trabajadores sociales y fisioterapeutas.

La Unidad de Estancia Diurna (U.E.D.) Alcira, como muchos centros de este tipo, está sufriendo las consecuencias del impago de varios meses por parte de la Junta de Andalucía, con quien tiene concertada la prestación del servicio de atención a mayores. A pesar de que en los últimos días «recibimos un pago», cuenta Rafael, «ahora mismo nos deben tres meses», la misma cantidad que la administración adeuda a otras unidades de ASUED, la asociación a la que pertenece.

Alcira tiene disponibles plazas para 38 usuarios. Sin embargo, desde que la unidad abrió sus puertas en 2008, «realmente nunca hemos conseguido pasar de 14», admite Rafael, al tiempo que asegura que «la situación está bastante difícil» con ese número de ancianos, pues no todos están concertados y, además, «tenemos gente que hemos cogido como si tuviéramos la plaza concertada, sin tenerla, estamos cobrándoles el copago, la parte proporcional de su pensión, como si fuera con plaza concertada», por lo que «encima de que son pocos, la ganancia es mínima».

Desbordado por las deudas, acosado por los préstamos y agobiado por el hecho de que el dueño del local ya lo ha llevado ante los juzgados por no abonar el alquiler -una nueva denuncia supondrá una orden de desahucio inmediata-, Rafael lamenta que todos estos problemas están «causados por los impagos de la Junta de Andalucía». Sentado en una de las mesas de su unidad, con ojeras bajo una mirada que delata un tremendo hastío, confiesa que «nos está costando mucho esfuerzo y ya estamos pensando en echar el cerrojazo y atrincherarnos en la vivienda para que no nos la quiten».

Tanto Rafael como su socia, Ana Caballero, invirtieron más de 300.000 euros para poner en marcha la unidad. Cuatro años más tarde, con ésta abocada a la quiebra por los impagos de la administración, están no sólo a punto de perder el negocio al que han dedicado tantísimo tiempo, dinero, esfuerzo e ilusión, sino lo que establecieron como aval ante el banco a fin de que éste les concediera un préstamo: «casas familiares, de mis padres y de los suyos». Entre todas las angustias que lo atenazan está la de que «si mi padre ha apostado por mí, yo no puedo perder la vivienda de mis padres, pero tampoco puedo perder la vivienda de los padres de mi socia». Al final, también Rafael recita esa horrible sentencia que, en pocas palabras, refleja la realidad oculta de esta crisis: «es que se quedan familias en la calle».

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