Los cimientos de las corralas de Sevilla

Juanjo Cerero / Jesús Rodríguez / Gregorio Verdugo | En los últimos cuatro años se han disparado los números en «ejecuciones hipotecarias». La estadística comienza a mostrar el rostro terrorífico de una realidad que en buena parte aún permanece invisible para la sociedad. Sólo en el último cuatrienio se ingresaron en los juzgados 415.437 peticiones de desahucio, un 413% más que en el período de 2003 a 2007. En la actualidad se llevan a cabo una media de 312 lanzamientos al día. Una barbaridad que arrastra a su paso a miles de familias que ven toda su vida tirada por un ventanal en cuestión de horas.

Andalucía se lleva la palma en este drama, igual que ocurre con otro que está en su misma génesis: la lacra del paro. En dicho espacio de tiempo se ejecutaron en la comunidad andaluza 81.732 desahucios y sólo en el partido judicial de Sevilla, que integran la capital y aquellos municipios cercanos que carecen de juzgados, se producen una media de entre 1.300 y 1.400 cada año.

Toñi, de la Corrala La Utopía

La sentencia emitida por el Tribunal de Justicia de la UE sobre la legislación hipotecaria española ha puesto de manifiesto la nula atención que los grandes partidos han prestado a una normativa que favorece de manera brutal a los intereses de la banca. Cómo se entiende si no que una directiva europea de obligado cumplimiento desde 1993 haya sido ignorada de manera sistemática.

En la ciudad de Sevilla, la respuesta ciudadana a esta cruel realidad se ha articulado alrededor del movimiento conocido como las Corralas, “edificios residenciales ocupados por personas afectadas por el problema de la vivienda con el apoyo de activistas”. Hasta hoy se han constituido once corralas de las que dos han sido desalojadas: La Alegría, sita en la calle Feria, y Conde-Quintana, emplazada entre las calles Conde de Torrejón y Quintana.

Inma, de la Corrala La Liberación

El alcalde de la ciudad, Juan Ignacio Zoido, ha manifestado su rechazo a este tipo de actuaciones. El Ayuntamiento tampoco considera de utilidad adherirse al Fondo Social de Viviendas para desahuciados, una iniciativa que permitirá el acceso a miles de casas ahora en poder de la banca a cambio de un alquiler social. Sólo en la capital son 43 los inmuebles que están listos para ser ocupados de manera inmediata. La excusa que argumenta el alcalde es que su equipo “está estudiando otras medidas”, aunque nadie sabe hasta ahora cuáles.

Mientras tanto, el número de corralas ha ido in crescendo; de hecho, éstas ya son una referencia informativa internacional y cada vez son más las personas que se acercan a los PIVEs (Puntos de Información de Vivienda y encuentro) constituidos por el movimiento 15M en los barrios de la ciudad en busca de auxilio ante una situación dramática que los conduce hacia la desesperación.

Ibán Díaz, profesor de geografía social de la Universidad de Sevilla y activista del movimiento de la vivienda sevillano, cuenta que en la actualidad es la Intercomisión de Vivienda del 15M la encargada de coordinar el trabajo de las diferentes asambleas. Allí confluyen desde el primer momento activistas “que tienen más rodaje y que trabajan aspectos concretos de la vivienda”. Son personas “que vienen de la Asociación Pro Derechos Humanos, la Liga de Inquilinos o plataformas vecinales como la Federación de Entidades de Alcosa”.

La Intercomisión es “el principal espacio de coordinación dentro del movimiento por la vivienda en Sevilla, se ha vuelto bastante visible y está teniendo bastante repercusión social”, afirma Ibán. Su crecimiento en los últimos dos años ha sido considerable. Abarca todas las asambleas que abordan este ámbito, los PIVEs que están funcionando en la ciudad y los grupos de afectados que se van generando a través de éstos y de las corralas, el fenómeno más visible de todos.

Aun así reconoce que el movimiento es bastante más amplio y la diversidad de sus trabajos muy variada. “Hay grupos de gente que trata el tema de la vivienda, sobre todo la rehabilitación de barriadas, que no están coordinados, aunque sí existe comunicación”, asegura. Los grupos de afectados también funcionan de manera independiente en torno a los PIVEs y hay que sumar la gente de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) de Sevilla “que trata exclusivamente casos de personas que intentan que no les desahucien”.

Además, el movimiento está en un momento expansivo y han surgido corralas en otras provincias. “En Huelva hay una ocupación masiva de 164 viviendas en Almonte que no se autodenomina corrala, pero con la que hay comunicación”, dice Ibán. Otra ha surgido en Málaga y se mantiene comunicación fluida con las plataformas de Stop Desahucios de Córdoba y Granada y con la PAH de Málaga.

María, activista que desarrolla su labor en el PIVE de Mairena del Aljarafe, lo describe como un lugar en el que “lo que pretendemos es tener un punto en el que todo el mundo que tenga cualquier tipo de problema con la vivienda pueda acudir para entre todos buscar soluciones a cada uno de los casos”. No sólo se trata de asesorar legalmente a través de un abogado y una chica “que entiende de leyes”, sino del empoderamiento del ciudadano después de acudir allí por primera vez. “El primer día vienen llorando y desesperados —cuenta— y ahora los ves y están contentos y tienen ganas de luchar y de seguir adelante”.

En el PIVE de Mairena del Aljarafe trabajan ahora mismo entre diez y doce personas de manera permanente, más los afectados que se integran y ayudan a los demás. “Es un trabajo muy completo que no se queda en decirles qué pasos tienen que seguir legalmente para resolver un poco la situación, sino que hace que la gente adquiera confianza en sí misma para lo que sea”.

En Mairena, como en muchos de los pueblos de los alrededores de la capital, la gente no vive allí, no se siente del lugar y no quiere luchar por el pueblo, lo que hace mucho más difícil la labor y que los logros cuesten más trabajo. “Al principio fue un boom y teníamos asambleas de 200 personas, pero poco a poco cada uno se ha ido yendo a su vida”, lamenta María.

Antes de poner este PIVE en funcionamiento acudieron a la Intercomisión de Vivienda del 15M y a otros Puntos de Información, como el de Triana, para asesorarse. Fue allí donde se inspiraron para trazar un plan de acción. “Nosotros no queríamos funcionar como una consulta de abogados, sino como un grupo de gente buscando soluciones conjuntas”. Desde sus inicios no han podido volver a ir a las asambleas por falta de personal, pero ahora “que ya empezamos a tener a más gente que está viniendo a echarnos una mano” están tratando de fortalecer la interconexión, porque “siempre hemos estado un poco aislados en Mairena”.

Por ahora no tienen casos de desahucios. Predomina la dación en pago, porque uno de los problemas que les acucian es que “la gente acude a nosotros bastante tarde, aunque siempre hemos intentado solucionarlo antes del desahucio”. María reconoce que hay gente a la que han echado, pero antes se ha negociado la dación en pago. “La mayoría de ellos vuelven a hacinarse con sus familiares”, afirma.

Desconocen el número de viviendas que hay en el pueblo, aunque están seguros de que “son muchísimas”, y no tienen comunicación alguna con el Ayuntamiento. Sí colaboran con Asuntos Sociales, que les desvía los casos de vivienda que le van llegando, pero ellos tampoco están bien con el consistorio, porque “el Ayuntamiento de Mairena es azul, muy azul”.

Arasay, de la Corrala Conde-Quintana

Para Ibán Díaz, el primer obstáculo al que se enfrentan las corralas es “que no se desalojen inmediatamente, lo que, si se hace bien, hay bastantes posibilidades de que se tenga que seguir un proceso legal que permita un período de tiempo para buscar algunas soluciones”. Además está el problema de la luz y del agua, que hace que “en algunos casos la gente de las corralas lleve hasta diez meses sin suministro, lo que complica bastante las cosas”. Es lo que ocurre en la corrala La Utopía, con 36 viviendas ubicadas en un bloque de cuatro plantas, al que la empresa municipal de aguas, Emasesa, cortó el suministro en al menos dos ocasiones (una y dos). Hoy, “subir el agua a las casas es una situación complicada”.

Por otra parte, surgen los problemas lógicos derivados de las dinámicas de convivencia, “aunque hay activistas trabajando permanentemente con ellos este tipo de cuestiones”. Ibán cree que “el mayor obstáculo es plantear una solución, ver qué salida se le da a esa ocupación”. Por lo general se busca una solución negociada con los propietarios que permita dar estabilidad a las corralas y conseguir agua y luz de forma legal. Se están haciendo algunos avances: hay procesos de negociación abiertos y algunos parecen que van a llegar a buen término.

Cuando se le pregunta por qué no han intentado ocupar las antiguas viviendas del parque social de OTAINSA, desmantelado en septiembre de 2011 por el Gobierno de Zoido, Díaz responde que “algunas no están rehabilitadas y no reúnen las condiciones mínimamente dignas, por lo tanto no se pueden meter familias allí”. Otras, como las del Corral de la Encarnación, en Pagés del Corro, están en proceso de ser utilizadas, “por lo que en caso de ocuparlas crearíamos un conflicto con otra familia que también tiene derecho a tener acceso a una”. También argumenta que hay otras casas en diferentes edificaciones que tampoco reúnen las condiciones para hacer una corrala, “pero si nos enteramos de que hay un bloque que está vacío y de que son viviendas del Ayuntamiento sin adjudicar lo ocupamos seguro”, afirma.

La oposición de los poderes públicos a este movimiento ha sido constante desde su inicio. Además de torpedear el acceso a servicios básicos como agua y luz, incluso durante una ola de calor y usando a la Policía para impedir llenar garrafas en fuentes públicas, la amenaza de un desalojo ha estado planeando sobre las familias que comenzaron a instalarse en estos edificios hace ya casi un año. El empeño de la Corrala Conde-Quintana, ubicada cerca de La Alameda, ha sido la segunda y, por el momento, la última víctima de una cruzada contra una realidad inexorable por parte de un rey menudo pero valiente que sigue estando desnudo. Ante la inmovilidad del legislador, la ciudadanía ha asumido que la solución debe provenir de su propio esfuerzo continuado. Desde el pasado miércoles 13 de marzo, la última corrala, bautizada como La Unidad, se erige en El Cerro del Águila.

Los vecinos de la Corrala La Utopía protestan contra los cortes de agua y luz

sevilla report | Los vecinos de la Corrala La Utopía, en San Lázaro, vieron en la mañana de ayer vieron cómo la empresa municipal de aguas, Emasesa, les cortaba el suministro, una semana después de que Endesa hiciera lo propio con la luz. En la tarde de ayer, a las 20.00 h., unas 200 personas se concentraron en la puerta del bloque y fueron hasta el Parlamento Andaluz para protestar contra el Ayuntamiento.

Marismas del Guadalquivir: el mundo sobre el agua

Descarga el reportaje en PDF (2,5 MB)

Es temprano y la Venta El Cruce, en las afueras de La Puebla del Río, se despereza con parsimonia, como la mañana lenta que surge tras la bruma. El gorgoteo de la cafetera ahoga el canto de unos pájaros y pronto un par de coches aparcan en la puerta. Somos pocos en el lugar, pero no parece que haga falta mucha más gente. El camarero, con aire tranquilo, saluda a uno de los parroquianos que aún está en el quicio de la puerta.

—Buenos días, Manuel. ¿Qué te pongo?
—Ponme una copita de aguardiente seco, niño.

Ésta es la puerta del Sur y quienes aquí vienen son los centinelas de voz dura y áspera y surcos en la frente y en las manos, igual que el arrozal llegando mayo. El alma y la mirada de los hombres marismeños es gris y tiene grietas, como el campo que espera con paciencia el agua de la siembra y nunca sabe si al final llegará o si es vana la esperanza. Así se abre y se extiende la marisma, hasta un lugar donde la vista humana llegó tan sólo en cuentos y leyendas. Al sur del Sur, del monte hasta la mar, la vida sobre el hombre y sobre el tiempo.

Arrozales en La Puebla del Río bajo el amanecer de mayo

Entre el monte y el arrozal

Nos encontramos en la Venta El Cruce, a las afueras de La Puebla del Río. Un lugar perfecto como punto de partida del viaje y también para tomar fuerzas con un buen desayuno antes de iniciar la marcha. Justo delante de la venta está la rotonda en la que la carretera que viene de La Puebla se bifurca y obliga al viajero a decidir entre dos caminos para ir a la marisma: el de los poblados y el de la Dehesa de Abajo.

El primero de ellos está concurrido a esa hora con coches que se dirigen a la labor en las Islas del Guadalquivir, de modo que lo dejamos a un lado y decidimos continuar de frente. Nos adentramos en la bruma de la mañana que aún no se disipa, que nubla el horizonte y tiñe el paisaje con una tenue luz añil.

El camino se convierte en una línea que demarca dos mundos, dos tierras enfrentadas como el Infierno y el Cielo. A la izquierda, insondables hectáreas de arrozales cuya extensión escapa a la vista con ayuda de la niebla. La tierra cenicienta y cuarteada que espera con paciencia el agua de la siembra se funde con el cielo en un lienzo grisáceo. Nada hay más allá de las cancelas, entre los almorrones. Un páramo desierto en el que la muerte ha secado la existencia hasta una nueva tregua que aún no llega.

La carretera, como un cortafuegos entre la vida y la muerte, ha impedido el avance de la tierra oscura. Al otro lado, en la margen derecha, el verde pugna contra la mañana gris y la luz apagada. Anchos prados caen sobre Las Colinas, las últimas estribaciones del altiplano del Aljarafe. Es la Dehesa de Abajo, un manto verde que se extiende entre el monte y la marisma, entre los pinares y los campos de arroz.

La Dehesa de Abajo en La Puebla del Río

La hierba y las flores cubren el campo sin pudor. Hay un cercado cuajado de lirios y margaritas, con grandes manchas y pequeñas pinceladas de color, aquí y allá, como un gran tapiz impresionista. Dentro, una yegua y un caballo pastan con su potrillo. Se pueden ver volando a los omnipresentes mirlos, pero también a las primeras garzas reales. Aquí la fauna local comienza a dar la bienvenida al visitante.

Hay también una antigua gravera que hoy es sólo una valla mal anclada y un edificio derruido. La hierba ha cubierto ya la grava y los hombres y las máquinas que trabajan en la cantera no son más que una imagen polvorienta que ya nadie recuerda. Ahora una laguna preside la entrada y anuncia que el viajero está cerca del reino del agua. Las cigüeñas han convertido el lugar en su pequeño palacio. Posadas en sus tronos, sobre las torretas de electricidad, entre vuelo y vuelo, otean el rompimiento de gloria que es el amanecer entre la bruma, sobre el arrozal lejano.

Como Alicia a través del espejo, uno ya no sabe dónde acaba el mundo terroso y dónde comienza ese otro de lagunas y almorrones, de vados y de arroyos. El viajero se hace a la idea cuando ve que, como en los sueños, se encuentra con algo extraño que desentona, que no debería estar ahí pero, no obstante, está. Algo como esas cigüeñas de la gravera, que parece que hablan con el castañeo de los picos de leña, que saludan, dan la bienvenida e invitan a proseguir por el camino, a descubrir todo lo que hay por delante.

Nido de cigüeñas en la gravera abandonada de la Dehesa de Abajo

A partir de aquí todo es puro sueño, un mundo aparte. El camino sigue y sigue, se adentra en el paisaje y bordea más campos que, ahora sí, se van volviendo verdes a cada paso, en las dos riberas de la carretera. El agua aparece de repente y convive con la hierba en grandes lagunas que dejan al descubierto pequeñas isletas.

Pronto llegamos al comienzo de la reserva natural de Doñana. Así lo anuncia un cartel. Todavía queda mucho para llegar al Parque Nacional, pero desde aquí, y a pesar de que estas tierras pertenecen a propietarios particulares, existe protección de la fauna y la flora y veto a los cazadores. Algo que, sin duda, es motivo de gran controversia entre éstos y los colectivos ecologistas y otros habitantes lugareños, como atestiguan las pintadas en favor y contra la prohibición que pueden verse en los transformadores de la luz a lo largo del camino.

Tras dejar a un lado los arrozales, la marisma es una gran extensión de cercados entre los que discurre el camino, ya de tierra y grava. La única referencia que la vista encuentra en el horizonte es la casa de bombas, un gigantesco edificio que alberga motores para bombear, canalizar y administrar el agua que inunda los campos en época de riego y de cultivo. Más allá, difusas entre los últimos jirones de bruma, se divisan algunas naves y cabañas desperdigadas. A lo lejos, ya casi indescifrables, las casas bajas de los poblados de colonos.

Aunque la principal actividad de esta zona es la agricultura —basada en el arroz—, numerosos propietarios destinan los terrenos a la crianza y pastoreo de ganadería bovina. Antes de llegar a la Dehesa de Abajo, se pueden ver algunos pequeños cerrados con reses, aunque en la marisma crece de forma considerable el número de espacios dedicados al ganado, así como el número de ejemplares que hay en cada uno.

Toros bravos en las marismas del Guadalquivir

Desde la senda, el viajero puede contemplar las grandes manadas pastando mientras las garzas reales aparecen ubicuas en vuelo y en la tierra. El paisaje y el momento merecen un alto en el camino. Aunque los cercados se sitúan en vetas —pequeñas elevaciones del terreno ajenas a las inundaciones—, las abundantes lluvias del invierno han dejado tupida vegetación e incluso charcas, y la brisa arrastra un perfume a hinojo y a salitre que es preciso aspirar con calma.

Las vacas y los toros no tardan en percatarse de la presencia de extraños. Tan pronto se asustan y se alejan espantados por las voces como se sienten curiosos y deciden acercarse a mirar, todos juntos, al principio desde lejos, luego un poco más de cerca. El toro —quizá más la vaca, sobre todo las paridas— es un animal al que hay que tener todo el respeto del mundo, más en el campo que en una plaza. No obstante, cuando se le tiene delante, cuando el hombre y el toro nada han de temer el uno del otro, sólo esperar simple admiración curiosa, más allá de la veneración hierática, contemplar a una de estas manadas se aleja del espectáculo y el mito que suele rodear a esta especie y muestra al toro tal como es, su verdad al descubierto, su mirada honda y el mugido sordo lanzado al infinito. La mansedumbre y nobleza del que nada teme al saber que aquél al que enfrenta ningún mal va a dejarle.

El mundo sobre el agua

El camino prosigue desde los pagos de Peroles, poco antes de llegar a la casa de bombas, a unos 10 kilómetros de la Venta El Cruce y a unos 4,5 del poblado de Isla Mayor, como indica un cartel junto a una bifurcación del sendero.

Entrada al Parque Natural de Doñana

Tomamos rumbo hacia el oeste, nos adentramos más y más en los humedales y dejamos atrás la mayoría de los cercados de reses bravas, aunque se pueden encontrar casi por todo el territorio de la marisma. A partir de aquí, la vegetación se va haciendo más tupida y las zonas encharcadas más abundantes, aunque persisten las parcelas de regadío y las que no cuentan con tanta flora. En las vetas hay algunos rebaños de ovejas. Llevan lazos rojos en el cuello para protegerse de los zorros, que abundan por esos pagos. Las borregas invaden el camino. Se nota que están acostumbradas a ello y que no les importa demasiado la presencia de los viajeros.

El agua gana terreno a cada paso. Pronto llegamos a un puente sobre un arroyo. Al otro lado, el riachuelo desemboca en una gran laguna, bastante más pequeña que la que medio kilómetro más adelante. Aunque todavía surge vegetación de entre las aguas y se ven espacios secos dedicados a la siembra del arroz, una parte importante de la gran cuadrícula que conforman los pagos y los caminos en la marisma se encuentra anegada tras las fuertes lluvias del invierno. Las inmensas lagunas y los arroyos que se ensanchan, se bifurcan y abarcan y rodean los arrozales secos vuelven más intenso el contraste entre el agua y la tierra cenicienta.

El sol se refleja en una laguna en las marismas del Guadalquivir

La vegetación que desaparece deja paso a una fauna más numerosa. No sólo hay garzas, sino que, sobre todo, están presentes las aves acuáticas, como patos y fochas cornudas, e incluso algún flamenco. Estamos cerca del límite con el Parque Nacional de Doñana y la población avícola se multiplica. Enclavado en el límite del parque, como una especie de puerta para el viajero, se encuentra el Centro de Visitantes José Antonio Valverde. Es el principal de varios centros de observación y avistamiento de aves que la Junta de Andalucía mantiene en diversas zonas y homenajea con su nombre al principal defensor de la creación de un espacio protegido en la desembocadura del Guadalquivir durante los años 60.

El observatorio, abierto a visitantes tanto individuales como en grupos, tiene la misión de proporcionar una oportunidad de avistar a las aves e información sobre el entorno, su historia y la fauna y flora locales. La importancia de este centro radica en su situación estratégica, junto al Lucio de las Gangas, una gran laguna natural que una ingente aglomeración de aves de distintas especies —garza blanca, garcilla negra, focha cornuda, flamencos…— usa como lugar de descanso y alimento en su paso entre Europa y África.

El Lucio de las Gangas, en el límite entre las marismas del Guadalquivir y el Parque Nacional de Doñana

La senda del colono

En el mismo límite del Parque Nacional, y con el camino hacia el norte —el que lleva a Villamanrique de la Condesa— bloqueado por las aguas, no hay otra alternativa que dirigirse hacia el sur, rumbo hacia los poblados de colonos de las Islas. El más cercano, y también el más importante, es el de Isla Mayor, la antigua Villafranco del Guadalquivir, a unos 12 kilómetros del Centro José Antonio Valverde.

Como un sueño que se desvanece, el mundo sobre el agua va quedando a la espalda mientras el sol alcanza su cénit y parece que el campo se seca y se cuartea, se torna ceniciento y amarillo bajo la luz del mediodía. Todavía se ven bandadas de garzas blancas y negras, pero cada vez son menos, y casi se diría que la tierra árida y agreste expulsa la vida de sus dominios. Cuanto más se acerca a los poblados más va notando uno la mano implícita del hombre en todo cuanto ve, en esa ausencia de vida que vuelve, como un espejismo, encarnada en el verde del arroz en el verano, por la magia del bombeo del agua en los canales y de las semillas rociadas en el barro.

Las garzas sobrevuelan las marismas del Guadalquivir

Éstos son los caminos por los que transitan los colonos desde hace un siglo, cuando vinieron desde las albuferas del Levante a poblar una tierra inhóspita e insalubre, salvaje, indómita ante las manos hábiles y curtidas de los hombres. Aquí, en medio de esta nada, habrá dentro de unos meses un ruido incesante de motores, de aviones y tractores, de máquinas diabólicas que claman al cielo buscando el fruto de la tierra. Los colonos buscarán el premio de su esfuerzo y marcharán a casa, y el campo quedará desierto, seco y cuarteado, un año más. Y volverán las garzas, y habrá nada.

La marisma tiene magia que hace que el páramo más seco preceda a un puente sobre el río de Casarreales, que casi anega el vado pero lo deja al descubierto. De pronto, una vez más, el mundo sobre el agua. Es la antesala de Isla Mayor, el mayor de los poblados de colonos que se fundaron en la zona tras la desecación durante la dictadura de Franco, que le otorgó su nombre original, Villafranco del Guadalquivir, abolido en 2000.

Isla Mayor, como el resto de aldeas de la zona, vive casi exclusivamente de la siembra de arroz en los meses de verano y de su comercialización durante el resto del año. En esta época, cuando aún faltan un par de meses para que el campo se prepare para la inundación y la siembra, los almacenes aún bullen de actividad y conservan numerosas y enormes sacas repletas de grano. También hay otra industria, la del cangrejo, íntimamente ligada a la del arroz, pues la supervivencia de esta especie depende de los cultivos y de las buenas cosechas.

Isla Mayor, en las marismas del Guadalquivir

La especie de cangrejo presente en las marismas no es la propia del país, sino que es la variedad americana de cangrejo rojo de río (procamburus clarkii), con forma de cigala pequeña. A mediados de la década de los 70, unos 100 kilos de esta especie fueron introducidos en un vivero de anguilas de la marisma, de donde muchos ejemplares escaparon, invadieron los canales, se reprodujeron rápidamente y acabaron devorando a la variedad autóctona, hoy inexistente en esta zona.

La gastronomía local, famosa en toda la provincia, se basa en platos que tienen como ingrediente principal el arroz, como es lógico, aunque la especialidad radica en las diferentes recetas para prepararlo. La combinación clásica es la de arroz con cangrejo. No en vano, a lo largo del año se celebran distintas fiestas que tienen su centro en estos ingredientes. La principal es la Fiesta del Arroz y el Cangrejo, celebrada a la par que la feria, en el mes de junio. También es un plato habitual el arroz con pato o preparado en paella, un vestigio del origen valenciano de los colonos.

Plaza del poblado de Alfonso XIII, en las marismas del Guadalquivir

El cangrejo también da juego, ya que normalmente, además de con arroz, se prepara con un refrito de tomates, aunque también al ajillo o en salsa. De igual importancia son las recetas de pescado y marisco, como los albures, los boquerones, las anguilas o los camarones, cocinados en tortilla o con pimientos y cebolla. El lugar idóneo para degustar todo esto es el Restaurante El Estero (Av. Rafael Beca 6-11, Isla Mayor), uno de los más afamados de la provincia gracias a su especialidad en gastronomía local —que ya por sí tiene buena fama— pero también a la calidad del servicio y de la preparación de los platos.

Los poblados no son sólo un sitio para comer o estar de paso. Aunque no gozan del atractivo de un gran emplazamiento histórico o monumental, sí que tienen en su favor no sólo el entorno paisajístico, sino el encanto de los antiguos pueblos que algunas localidades del interior del Aljarafe aún conservan. Si bien en Isla Mayor, más acosada por la industria y las naves, no se da tanto esta condición, en el vecino poblado de Alfonso XIII, a cuatro kilómetros en dirección hacia Sevilla, se encuentra ese encanto de pequeña aldea, de casas encaladas con geranios en las ventanas enrejadas. De aldeanos sentados en las puertas de las casas, conversando en mecedoras y fumando algún cigarro con el tiempo atesorado en la mirada y en los surcos de la frente.

Hay rincones, plazas y paredes que cuentan historias del Sur, del campo ceniciento, de las mañanas brumosas de febrero, de las garzas y las cigüeñas. Y también de los hombres, de pescadores, de los marinos que venían desde río abajo, de campesinos valencianos que aún conservan su acento y sus costumbres. Hay vida y cal y luz en los poblados.

Arrozales secos en mayo a las afueras de Isla Mayor, en Sevilla

La voz del viento

Más allá de los campos secos, las garzas, las aguas y las vacas que pastan entre hinojo en los cercados, crece el alma milenaria de los pinos enhiestos, alzados sobre el tiempo, centinelas del campo y de la historia. Los pinares de Aznalcázar, a las espaldas de la Dehesa de Abajo, como un paraíso a la vista, pero oculto ante el trasiego que no permite torcer la vista y visitar lugares que abandonen la senda.

Este monumental bosque de coníferas de edad inmemorial se extiende desde el término de La Puebla del Río, lindando con el humedal de la marisma, hasta las estribaciones del norte del Aljarafe, a lo largo y ancho de más de 2.300 hectáreas de espacio natural protegido que no sólo incluye pinos piñoneros, sino encinas, alcornoques, pinsapos y diversas especies de matorral mediterráneo. Entre la fauna existente, además de la típica —mirlos, ardillas, jilgueros, abejarucos— se encuentra una importante colonia de milanos.

Los Pinares de Aznalcázar, en Sevilla

Es un rincón poco conocido por la gente de los municipios cercanos, a pesar de estar a poca distancia de la capital y de contar con abundantes y bien acondicionados espacios para acampar y hacer barbacoas. Esta ausencia de gente es lo que da atractivo a este lugar, aunque ello no quiere decir que esté mal comunicado o aislado.

A los pinares se accede de forma cómoda, tomando el camino de la Dehesa de Abajo desde la Venta El Cruce, y luego la bifurcación antes de entrar en la Dehesa. A través de una carretera no muy ancha pero bien asfaltada, el viajero pronto se encuentra rodeado de pinos altos y robustos como torres, ya en una penumbra infranqueable, ya en un claro abierto junto al que pastan y retozan venados bravos y sobre el que vuelan cigüeñas y milanos.

El camino pedregoso continúa adelante, sobre puentes que sortean arroyuelos, con grietas profundas de siglos, ascendiendo hacia lo más alto del cerro, sobre un mar de pinos que lo cubre todo como olas verdes y oscuras que se pierden más allá de donde alcanza la vista. Uno puede aparcar el coche en el mismo camino —un cortafuegos— y descender por cualquiera de los senderos que crearon el tiempo u otros pasos ya extraviados, o bien inventar uno nuevo a través del cual llegar al final de una de las muchas gargantas rodeadas de colinas que suben y bajan sin fin.

Los Pinares de Aznalcázar, en Sevilla

Ascender al cerro es subir a los cielos y divisar desde arriba aquello que es veinte veces mayor que el hombre. Bajar a las gargantas, al pie de los pinos, es conocer la verdad del mundo en sus raíces, que desde allí se yergue sobre el tiempo y sobre el ruido, sobre la mano humana que reniega de ella y le da la espalda y no regresa. Y volver a esa garganta que es la cuna del ser, a esas charcas donde la vida salta encarnada en renacuajos, es entender que el omega está en la cima de un cerro sobre el que vuelan las nubes; y que el alfa está en las raíces de un pino, al pie de un matorral, por donde fluye un arroyuelo tímido, de agua que brilla con colores, iluminada y teñida por la savia de los árboles que encierran el misterio que es la existencia.

Allí se encuentra el devenir del tiempo, se entiende lo poco que es un hombre y qué oculto y cercano queda todo, tan sólo algunos pasos por delante, detrás de un matorral que nos parece tupido, infranqueable, y sin embargo se aparta si avanzamos hacia él.

En ese lugar concibe uno el misterio que es el de comprender que el mundo entero es uno y que nosotros somos parte de esta fiesta que la naturaleza ha preparado. Concibe uno el canto de los pájaros y la corteza dura de los pinos como algo que está aquí, como nosotros, algo que hay que amar como lo vemos. Lo dice el viento, que habla con la voz suave y lenta que traducen las ramas de los pinos, centinelas del campo y de la historia.

Los Pinares de Aznalcázar, en Sevilla