Tras las huellas de una mina para desenterrar voces

sevilla report | Es mañana de domingo en la Ruta de la Plata, la autovía que parte desde Andalucía hacia Extremadura. El campo está pletórico en un mes de mayo que ya atisba el disparo de las temperaturas que sobrevienen con el verano. Corre una ligera y fresca brisa procedente del norte que alivia la insistencia de los rigores del sol sobre los cuerpos. Nos dirigimos a Las Minas del Castillo, una pequeña aldea próxima a El Castillo de las Guardas, al noroeste de Sevilla, donde hemos quedado con algunos integrantes de una asociación local de defensa de los caminos y senderos de titularidad pública que nos van a guiar hasta la mina de Peñas Altas, el lugar mítico donde se refugiaron 23 mineros tras el estallido de la Guerra Civil y permanecieron más de un año parapetados en sus oscuras concavidades.

A las nueve de la mañana pasadas, el sol pega de costado en el vehículo que conduce uno de los miembros del equipo. No hemos desayunado todavía y, tal y como llevamos el cumplimiento de la agenda prevista, es más que probable que no podamos hacerlo en toda la mañana. La carretera se sucede a sí misma delante del parabrisas delantero del coche, como un compás de espera que se eterniza, mientras una música suave y sexy invade el habitáculo impelida por el silencio reinante entre sus moradores. Estamos cansados, muy cansados, pero con unas ganas enormes de llegar y meternos en faena. Este trabajo, sobre todo este de salir a encontrarte con gente que no conoces, que nunca has visto, y que te lleven a lugares escondidos, casi inaccesibles, y que te cuenten historias tras cuyo rastro llevas semanas y semanas es fascinante. A ello se debe probablemente el silencio, a que cada uno elucubra mejor dentro de sí mismo lo que le espera en una jornada como ésta, las experiencias, las emociones que le gustaría vivir en lo que viene a partir de ahora. Como si pensándolo antes uno pudiera modelar a su gusto el futuro venidero.

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Un nombre pronunciado entre el silencio

sevilla!report | El pasado miércoles el tiempo se comportó. Comenzó el día con ciertas dudas, algo nublado y frío, pero a medida que avanzó la mañana un sol resplandeciente se fue abriendo paso y ya no nos abandonó en el resto de la jornada. A primera hora del día partimos hacia El Castillo de las Guardas y la zona de sus pedanías para grabar una exhumación y efectuar algunas entrevistas para el documental y el reportaje en el que estamos trabajando.

La noche antes contactamos con María Dolores Nepomucemo, de la Asociación de la Memoria Histórica de El Castillo de las Guardas, para planificar el viaje y las personas con las que íbamos a contactar. María Dolores no podía acompañarnos por una leve indisposición y María Ángeles Hidalgo, nieta del teniente de alcalde fusilado Salvador Rodríguez, tampoco podía hacerlo en esta ocasión por unos asuntos personales. María Ángeles se comprometió a venir con nosotros en la siguiente visita porque quiere que su entrevista se realice en el pueblo. Además nos contó que acaba de descubrir que un hermano de su abuelo tiene un hijo que sigue vivo y está tratando de localizarlo. En su día y ante las cámaras nos contará la historia completa.

Pasadas las nueve de la mañana llegamos a la fosa común. Está literalmente en la cuneta de una carretera angosta y escarpada, rebosante de humedad por todos lados. Allí se encuentra el equipo arqueológico, en pleno trabajo; dos hermanas de Santiago Fernández, el sobrino de Nicomedes, la persona cuyos restos pretenden rescatar; el marido de una de ellas; varios miembros de diferentes asociaciones de Memoria, y Cecilio Gordillo, el responsable del sitio todoslosnombres.org. El ambiente es tenso, se palpa el nerviosismo de los familiares. Es en esos momentos cuando uno se da cuenta de la importancia de contar todo esto para que no quede en el olvido.

En la fosa están los restos de dos personas, Nicomedes y otro más de cuya identidad no se tiene certeza. La fosa se encuentra en la carretera entre El Álamo y Villagordo, dos pedanías de El Castillo de las Guardas, junto al cauce de un pequeño arroyo. A esas horas de la mañana el equipo ya había localizado un hueso de tibia y algunos tejidos. La localización se produjo el día anterior, cuando tras una última palada apareció una suela de zapato. Un vecino de El Álamo que se acercó a nosotros nos contó que todo el mundo en la aldea sabía que esos cuerpos estaban allí. También nos dijo que un poco más arriba hay otra fosa donde yacen seis o siete y que era igual de conocido por todos.

Santiago Fernández llegó de El Castillo de las Guardas a las 11:20. Venía acompañado por la Guardia Civil tras interponer la correspondiente denuncia. Los agentes acordonaron la zona delimitada por los arqueólogos y nos pidieron que la abandonáramos. A partir de entonces sólo podían entrar los agentes de la Policía Judicial de la Rinconada, que ya estaban en camino. Aprovechamos el parón y realizamos las entrevistas al pie de la fosa: una a Santiago, otra al coordinador del equipo y una tercera al arqueólogo encargado de dirigir los trabajos.

A continuación nos dirigimos hacia Minas del Castillo a entrevistar a Isabel Cabrera, hija de Fernando Cabrera y hermana de Salvador, dos mineros que estuvieron refugiados en la mina de Peñas Altas. Esta entrevista era la que más inquietud nos había levantado por la avanzada edad de Isabel. Su voz, rota y descompuesta por golpes de tos que la asaltaban cada dos por tres dificultándole la respiración, inundaba la sala soleada de su casa, donde realizamos la entrevista. Mientras, la historia acaecida más de 70 años atrás nos fue envolviendo, colándose por nuestros oídos, hasta hacernos partícipes de ella, como si la hubiésemos vivido en nuestras propias carnes.

Isabel nos hablo de cómo vivían los familiares durante la estancia de los refugiados en la mina, de cómo le llevaban la comida a los mineros, de cuando a su madre la sorprendieron y se la llevaron presa a Huelva y al final la tuvieron que dejar en libertad, de cómo su padre huyó para después decidir volver y permaneció tres años preso en la cárcel del pueblo. Su hija Ángela nos ha prometido buscar fotografías de su abuelo y su tío y la correspondencia de su madre con su hermano Salvador, que huyó a Francia y cuyo rastro se perdió después durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando volvamos escanearemos dichos documentos para aportarlos en el documental.

Nuestra última gestión fue localizar el Bar Elías y a sus propietarios en la misma localidad. Tras preguntar a varios vecinos dimos con Victoriano, el hijo del propietario. Le explicamos la necesidad de concertar una cita para más adelante en la que nos pudiera conducir hasta la mina y sus alrededores para filmarla. Le dijimos que José María García Márquez, el historiador, nos había contado que ya había colaborado con él cuando realizó la investigación.

Victoriano nos aclaró que quien lo había hecho era su padre, un hombre mayor experto conocedor del terreno, pero que él estaba bastante interesado en el tema y que le diéramos tiempo para recorrer los lugares acompañando a su padre y para hacerse una composición del lugar. Luego quedaríamos y nos acompañaría personalmente al lugar. También nos contó que justo enfrente del pueblo, de apenas una calle, al otro lado de la carretera, hay otro fusilado enterrado y que todo el mundo lo sabe. Además nos dijo que junto a la mina existe una pequeña gruta apenas perceptible donde otro huido se llevó bastantes años oculto sin que jamás fuese descubierto. También se comprometió a localizarla y mostrárnosla en nuestra próxima visita.

Después de una jornada de arduo y gratificador trabajo, quedamos impresionados por la calma que se vive en esos lares. Es como el preludio del silencio que durante tantos años ha amortiguado los ecos de la tragedia. Esa calma densa, que casi se puede cortar, se adorna de rostros cargados de vida condensada en los surcos que los recorren. Rostros acostumbrados a callar y a bajar la mirada para que nadie pueda descubrir lo que saben.

La batalla por la redención de los nombres

JESÚS RODRÍGUEZ / GREGORIO VERDUGO. Nélida y Pilar descubrieron, más de 74 años después, que su tío José fue uno de los masacrados de la columna que se desplazó desde Riotinto a Sevilla, para liberar la ciudad de las garras de Queipo de Llano el 19 de julio de 1936. Un comentario casual de una amiga en una exposición fotográfica sobre la Guerra Civil en Madrid supuso el inicio de un periplo de incertidumbres y dificultades para recuperar los restos de su familiar. El mismo tortuoso recorrido por los senderos que transitan miles de familiares de víctimas del franquismo, que buscan a sus seres queridos por las cunetas y fosas comunes esparcidas por todo el país, para recuperar sus nombres.

Índice de apartados (accede al post y pincha en los enlaces):

  1. La batalla por la redención de los nombres
  2. Las cifras de la represión
  3. Tras las huellas de los suyos
  4. La historia oculta y rescatada
  5. Sólo los perros esconden los huesos
  6. Rastreando el hálito de diecisiete flores

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La puerta abierta al fusilado

El Castillo de las Guardas es el pueblo típico de la Sierra Norte de Sevilla, de casas empedradas, calles estrechas, cuesta arriba, donde impera el silencio y nada acontece. Pero aquí, como en muchos otros lugares, la quietud que invade recorre cada rincón cayó sobre el pueblo como un telón de plomo. Del mismo plomo que, veloz, irremediable, se llevó por delante cientos de vidas, de nombres, de historias, en medio del estruendo que precedió a este silencio pétreo de décadas.

El sábado, 23 de octubre, una columna de valientes ascendió a la cumbre del pueblo para desempolvar las historias tras años de sombras. Vecinos de El Castillo junto a muchos que allí tienen sus raíces pero que han echado ramas fuertes en lejanos lugares de la provincia, e incluso algunos que desde la Castilla vieja llegaron a dejar caer las hojas en la Sierra sevillana. Entre todos, piedra a piedra, con la argamasa del recuerdo y la palabra, levantaban de nuevo un gran pilar donde la luz del día claro ilumine todos los nombres de los olvidados, grabados para siempre.

«No sabemos dónde está, pero al menos ahora sabemos que no está desaparecido, que no es un extraño».

Tener alguna certeza es el antídoto contra la duda de pronunciar el nombre de un familiar perdido, extraviado sin fin, en aquellos años. Hacerlo es como llamar, sin respuesta, lo que una vez se tuvo entre las manos y ahora no es más que niebla que se esfuma, arena que se escapa entre los dedos y ya no nos pertenece. Nombrarlos es nombrar un fantasma que vaga por los campos, que quiere volver y no conoce el camino.

«Mi abuela vivió con la puerta de la casa abierta de par en par, por si volvía su hermano, desaparecido en la guerra. Así murió, rogando a los vecinos que no la cerrasen».

Los encuentros que organiza TodosLosNombres.org, como éste de El Castillo, sirven para abrir la puerta de la casa propia, para que la luz entre y desvele las historias de los olvidados. Para mostrar el camino de vuelta a los nombres que, como fantasmas, se arrastran por el limbo de los años sin que nadie los procure. Para construir con testimonios una casa común por cuya puerta entren todos los que vienen de tan lejos como los llevó el tiempo, a buscar su propio nombre, enterrado en la tierra, sus raíces. A redimirles con una palabra: «aquí estoy, vente conmigo».

Un reportaje realizado junto a Jack Daniel’s.