De nuevo tras las huellas de los desaparecidos

Era una tarde cualquiera de ésas del octubre primero, de calor tardía y luz de bronce que se cuela entre los árboles, en el Café Eureka de la Alameda de Hércules de Sevilla. La hija de Gregorio nos había hablado de Guillermo, el camarero del lugar, que también es guionista, y por eso fuimos a buscarlo.

Hacía ya seis meses que publicamos en Periodismo Humano nuestro reportaje (parte una y parte dos) sobre la odisea de las personas que buscan a familiares desaparecidos durante la Guerra Civil, y casi un año desde que entrevistamos a una de nuestras principales fuentes, el historiador José María García Márquez, especialista sobre la contienda y la represión en las provincias de Huelva y Sevilla.

José María nos había hablado, entre otras muchas cosas, de la mina abandonada de Peñas Altas, la épica historia de 23 mineros que se refugiaron en ella de la ofensiva sublevada sobre los pueblos de la cuenca minera, de su resistencia a los ataques y de su periplo para huir.

Gregorio escuchó aquella historia con ojos brillantes, y de inmediato alumbró una idea que anidó en su corazón largo tiempo, al principio con ánimo visible por llevarla a cabo, luego como una ilusión secreta que ya nadie, salvo él, recuerda. Quería rodar un documental sobre el refugio, el cerco y la resistencia en la mina de Peñas Altas. Ése era el motivo por el que fuimos a ver a Guillermo.

Quedamos con él en el Eureka. Cuando llegamos estaba detrás de la barra, despachando un par de cervezas para unos clientes que disfrutaban del fresco en las mesas de la puerta. Nos saludó con acento argentino y luego fueron unas cervezas antes de embarcarnos del todo en esta nueva empresa.

Por entonces, ya desde antes del verano, habían aparecido en la prensa algunas noticias referidas a varias de las personas que protagonizaron nuestro reportaje de abril. Sobre todo, en junio habíamos visto novedades sobre la fosa común de Camas, en la que se encuentra José Palma Pedrero, el tío de Nélida y Pilar, las mujeres que abren nuestro relato.

El verano, como tiene por costumbre, paró los acontecimientos en nuestro campo de investigación. Por fin, luego de haber puesto en marcha este proyecto, volvieron las nuevas -y buenas- noticias, y todas relacionadas con casos que ya incluimos en el reportaje inicial.

El primer paso que decidimos dar fue entrevistarnos con Cecilio Gordillo, responsable de la página todoslosnombres.org. Conversamos unos cafés en los veladores de la bodega Fuentes, a la sombra de los naranjos que pueblan las aceras de la Puerta de la Carne. Cecilio nos contó que no había ninguna exhumación en marcha en esos momentos y que todo estaba muy paralizado. Sin embargo nos dijo que el equipo de arqueólogos de la Asociación de la Memoria Histórica de Ponferrada estaba por aquí pendiente de llevar a cabo algún trabajo. Nos puso sobre la pista.

Contactamos telefónicamente con María Dolores Nepomucemo, integrante de la Asociación de la Memoria Histórica de El Castillo de las Guardas (Asmehica), y nos ratificó que ese equipo de arqueólogos se iba a encargar de la exhumación de Nicomedes, uno de los tíos represaliados de Santiago Fernández Fernández.

Santiago fue una de nuestras primeras fuentes en el anterior reportaje. Lo entrevistamos el día que comenzamos a investigar sobre el campo, en unas jornadas sobre memoria histórica en El Castillo de Las Guardas. Allí nos contó la historia de sus dos tíos, Benito y Nicomedes, fusilados en una aldea cercana. La fosa en la que se encuentra el segundo de ellos comenzará a ser exhumada el 22 de noviembre.

El equipo de arqueólogos de Ponferrada se dedica a colaborar en los trabajos de localización y desenterramiento de víctimas de la represión de la Guerra Civil y la dictadura por todo el país. Retrataremos su labor y lo que supone para las familias.

Ésta no es la única fosa en la que se van a reanudar los trabajos. Se espera que, dentro de unas tres semanas, comiencen las labores de exhumación de dos de los casos más retratados por la prensa: el del propio José Palma Pedrero (tío de Nélida y Pilar y miembro de la columna minera que fue masacrada en La Pañoleta, cerca de Camas) y el de las 17 mujeres de Guillena.

Juan Luis Castro, el arqueólogo que dirige las operaciones de este último caso, y que nos dio su testimonio para nuestro reportaje, nos confirmó que la fosa comenzará a exhumarse dentro de unas tres semanas, y nos invitó a grabar tanto las labores sobre el terreno como los trabajos de comprobación del ADN de los restos, en un laboratorio de Bollullos de la Mitación.

Sin embargo, no nos alejamos de la historia de la mina. Supimos a través de María Dolores Nepomucemo que José María García Márquez había conseguido nuevos datos sobre el episodio de Peñas Altas y sus protagonistas, que se suman a los que ya ha publicado. Dichos datos formarán parte de un libro que se va a publicar en breve sobre la represión en El Castillo de las Guardas.

María Dolores nos remitió nombres de familiares de algunos de los mineros refugiados en Peñas Altas, como la sobrina de Fernando García “El Mocho”, cuya madre dejó la puerta de su casa abierta a su hermano hasta el día de su muerte, con la esperanza -vana, sin saberlo- de que volviera con vida.

También nos habló de otros familiares de víctimas de la represión en El Castillo, caso de la hija de Salvador Domínguez, teniente de alcalde del pueblo en la fecha del alzamiento, al tiempo que nos relató la historia de los dos municipales de la localidad en aquellas fechas. Uno murió asesinado. El otro consiguió escapar. Nosotros tendremos que reconstruir sus historias.

Con estas nuevas fuentes queda resuelto uno de nuestros principales problemas al abordar el reportaje: el del hilo narrativo. Por fin tenemos una línea argumental cerrada y circular, que, además, queda interconectada por casos que tienen muchos elementos en común, entre ellos uno que para nosotros es muy importante: todos están presentes, directa o indirectamente, en nuestro primer reportaje.

El primer paso para cerrar el círculo que ahora se abre lo dimos el viernes 18 de noviembre, en una nueva entrevista con José María García Márquez en su casa de Espartinas, a la que acudimos Gregorio, Jesús y Guillermo, como responsable de la grabación. Una charla en la que nos relató de forma detallada la historia de los mineros de Peñas Altas, al tiempo que nos concedió útiles e importantes detalles que no conocíamos sobre las nuevas fuentes, y nos proporcionó una más: Isabel Cabrera, hija de Fernando Cabrera y hermana de Salvador, dos de los mineros refugiados en la mina. En marzo de 1937, la madre de Isabel fue sorprendida con comida que llevaba a su marido y a los demás mineros. Isabel vive en la actualidad en Las Minas del Castillo.

También nos confirmó José María que en la zona había huidos de todas partes, no sólo de El Castillo de las Guardas, incluso dos de ellos de Sevilla capital, pero el mayor número procedía de la localidad cercana de Aznalcóllar. Los sublevados llevaban un registro general de huidos, pero allí no figuraban todos, porque muchos de ellos decidían al escapar llevarse consigo a sus mujeres e hijos.

Las fuerzas sublevadas sabían desde mucho antes la existencia de resistencia en la zona de Peñas Altas, dado que en varias ocasiones habían detenido a personas llevando comida, una de ellas Isabel Cabrera, y en una ocasión un cabo de la Guardia Civil resultó herido en una escaramuza. Si no actuaron antes fue porque no tenían fuerzas suficientes que garantizaran el éxito de la operación.

Esto explica el hecho insólito de que los mineros permanecieran en el interior de la mina durante más de un año, en concreto desde el 3 de octubre de 1936 hasta el asalto definitivo del 1 de diciembre del año siguiente. La mina abandonada tiene tres pozos y seis bocas y en ella llegaron a refugiarse hasta 80 hombres. Casimiro Sánchez, “el vaquero”, de 54 años fue quien inició la fuga por una abertura por la que apenas cabía un hombre y tuvo que gatear hasta la superficie una altura de casi 10 metros, porque la escalera que habían logrado confeccionar para escapar no llegaba para más y no habían más materiales que utilizar. Por aquel hueco diminuto lograron escapar los 23 hombres que resistieron durante cinco días los envites feroces de las fuerzas sublevadas.

Con todos estos datos, la historia, o más bien su relato, no ha hecho más que empezar. Todo lo que tengamos que contarles llegará pronto. Hasta entonces, permanezcan atentos.

La batalla por la redención de los nombres

JESÚS RODRÍGUEZ / GREGORIO VERDUGO. Nélida y Pilar descubrieron, más de 74 años después, que su tío José fue uno de los masacrados de la columna que se desplazó desde Riotinto a Sevilla, para liberar la ciudad de las garras de Queipo de Llano el 19 de julio de 1936. Un comentario casual de una amiga en una exposición fotográfica sobre la Guerra Civil en Madrid supuso el inicio de un periplo de incertidumbres y dificultades para recuperar los restos de su familiar. El mismo tortuoso recorrido por los senderos que transitan miles de familiares de víctimas del franquismo, que buscan a sus seres queridos por las cunetas y fosas comunes esparcidas por todo el país, para recuperar sus nombres.

Índice de apartados (accede al post y pincha en los enlaces):

  1. La batalla por la redención de los nombres
  2. Las cifras de la represión
  3. Tras las huellas de los suyos
  4. La historia oculta y rescatada
  5. Sólo los perros esconden los huesos
  6. Rastreando el hálito de diecisiete flores

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Las 17 mujeres fusiladas de Guillena

Jesús Rodríguez / Gregorio Verdugo

Guillena es un pueblo situado apenas a 20 kilómetros de Sevilla que en 1936 contaba con una población de 4.000 habitantes. Cuando se conoció la noticia de que el ejército rebelde se había sublevado contra la legalídad democrática de la República, la gente del pueblo formó un comité que se encargó de la recogida de armas por casas y cortijos, con la anuencia del brigada comandante de puesto de la Guardia Civil.

Establecieron guardias y vigilancia en los accesos al pueblo, llevaron en camionetas víveres y dinamitas a varias poblaciones cercanas e intentaron, sin éxito, volar un puente sobre el Guadalquivir en la localidad vecina de La Algaba.

A las ocho de la tarde del 26 de julio de aquel año, una columna mandada por Ramón de Carranza, que luego fue el primer alcalde franquista de la ciudad de Sevilla, tomó el pueblo y dejó nombrada una comisión gestora a cargo del Ayuntamiento que lo primero que hizo fue suspender a todos los empleados municipales, excepto el alguacil y el jardinero, y sustituir al secretario por otro nuevo.

Dos días más tarde llegó a Guillena una columna al mando del brigada de la Guardia Civil Juan Ruiz Calderón, que se encargó de poner en marcha las milicias junto a Antonio Belmonte, jefe de Falange, y comenzaron las detenciones y las batidas en las inmediaciones de los pueblos para iniciar la represión y persecución de los huidos y, además, evitar los asaltos que se venían dando en cortijos y fincas en busca de alimentos.

Comenzaron entonces las detenciones y los traslados de prisioneros a Sevilla para ser a los pocos días ejecutados. La gran mayoría de los detenidos se entregaron voluntariamente, engañados por los continuos señuelos de los represores y por las amenazas contra sus familiares.

En medio de esa brutal ola de represión que se desencadenó después, durante el otoño de 1937, 19 mujeres del pueblo fueron detenidas y posteriormente sacadas de la cárcel, paseadas públicamente con las cabezas rapadas y obligadas a asistir a misa. Pocos días después, trasladaron a 17 de ellas a la localidad cercana de Gerena, donde fueron asesinadas alrededor de las 10 de la mañana y arrojadas a una fosa común en el cementerio.

José Domínguez, que por entonces tenía ocho años y se encontraba jugando en un olivar cercano junto a sus amigos, le contó al profesor Leonardo Alanís Falante que durante la masacre las mujeres trataron de esconderse en los nichos excavados en la tierra y un sujeto apodado el Moña las cogía por los pelos y las ponía para que las mataran. Mientras ellas trataban de protegerse, sus verdugos disparaban sus fusiles desde la cancela del camposanto. Eran algo más de una docena, todos falangistas, salvo dos o tres guardias civiles. Una de las 17 mujeres presentaba un avanzado estado de gestación. La mayoría de ellas todavía permanecen inscritas en los registros civiles como personas vivas. La hija de una conservó para siempre la hoja del calendario que marcaba el día fatídico de aquel año en que asesinaron a su madre. Se puede decir que a partir de entonces su vida se convirtió en una prolongación inacabable de aquel noviembre trágico que se hizo eterno hasta el final de sus días.

Miguel Aguilera Garzón y Manuel Domínguez Postigo son, respectivamente, hijo y nieto de dos de aquellas mujeres. Hoy están luchando contra las adversidades para encontrar sus cuerpos y recuperarlos para honrar sus nombres y su memoria. Ésta es la historia que nos contaron.