La isla mágica

Es un atardecer de julio y en La Alameda los camareros corren sobre la solería ocre, de una mesa a otra, y por La Barqueta se oyen ya los últimos gritos de chiquillos en las atracciones y la Ciudad entera bulle de gentío, como fogueada por la canícula del día, bajo una luz carmesí.

El sol que se oculta allá a lo lejos, detrás de los pabellones y las fuentes y los jardines, más allá de las lomas del Aljarafe, es ahora el misterio de cada ocaso de verano y la música que acompaña una nueva despedida y cierra el telón de la nostalgia de otros días en las avenidas de La Cartuja, en esta isla siempre mágica.

Una maleta vacía espera al regresar a casa. Hay que escoger la ropa para el viaje y mejor incluir unos pantalones de algodón, frescos, para el tiempo. En el armario hay un par de ellos, de hace muchos años, quién sabe si aún de la talla adecuada. Al probarlos, algo dentro del bolsillo atrae la mano como un anillo de poder.

Es la magia de la vida que vuelve a la vida después de veinte años, a la sorpresa de un niño de cinco años ante el misterio de estas tardes de verano en una isla infinita, en una ciudad eterna, que siempre será suya -ahora ya lo sabe- allende los días, allende los viajes.

El Nuevo Mundo de Sevilla

[Artículo publicado originalmente en El Correo de Andalucía, el 19 de octubre de 2010]

La Cartuja se levanta y extiende al otro lado del Guadalquivir, como una isla ignota para la ciudad. Un Nuevo Mundo particular que el sevillano debe, más que nunca, descubrir.

Sevilla la Barroca es un eterno claroscuro donde cada paso es un puente que cruza una nueva frontera entre la luz y la sombra, entre el brillo de lo antiguo y un nuevo hallazgo en la penumbra. La Sevilla barroca de antaño, la de los puentes entre orillas, entre lejanas tierras, aquella que se descubrió a sí misma y ante el mundo entero cuando el desvelo de la más nueva de sus partes cumplió cinco siglos, aquélla es la misma ciudad que hoy sigue tendiendo puentes hacia su orilla más nueva, La Cartuja. ¿Pero qué conocen los sevillanos de esta isla casi ultramarina para muchos? ¿Qué hay por descubrir en este Nuevo Mundo particular de Sevilla?

Que los tiempos han cambiado es indudable. Por eso todo aquél que pretenda lanzarse a la aventura cartujana ha de tomar un medio motriz práctico y apropiado, como las carabelas colombinas, pero acorde a los tiempos modernos. No es posible pensar en otra cosa que en una bicicleta con la que poder volar a lo largo de kilómetros de carril-bici y surcar los puentes que nos llevan hasta las maravillas de la orilla desconocida de la ciudad. 

Quizá como premonición, como profecía en la que nadie ha reparado, en La Cartuja el carril-bici se extiende como una gran serpiente a lo largo del Camino de los Descubrimientos, una de las vías principales de la Expo de 1992. Hoy es el punto de partida de un dédalo de calles y glorietas, de edificios y parques en los que las maravillas de entonces se alzan espléndidas junto a las más recientes. Probable y lógicamente, lo que más deseará conocer el visitante (y acaso lo primero que llamará su atención) son los antiguos pabellones de la Exposición Universal que aún quedan en pie.

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