Santiago Fernández: «Hoy me levanté y pensé que ya hace una semana que mi tío no está en la tierra»

sevilla!report | A Santiago Fernández lo dejamos asomado a un agujero practicado en la cuneta de una carretera perdida en la Sierra Norte de Sevilla.

Fue el miércoles 23 de noviembre y la sierra mostraba todo su esplendor otoñal bajo los tenues rayos de un sol que jugaba al escondite entre los filos picudos de las montañas. Santiago observada con la ansiedad concentrada en la mirada los trabajos minuciosos del equipo de arqueólogos de la Asociación de la Memoria Histórica de Ponferrada sobre el terreno recién removido.

Bajo esa amalgamada tierra por los contrastes de colores que provoca la mezcla de los minerales y la humedad del arroyuelo que la circunda se encontraban los restos de su tío Nicomedes, un minero que trabajó para la Río Tinto Minera Company Limited y que, una vez tomada Huelva por los franquistas por Queipo de Llano, se escondió en la sierra y se entregó después por el miedo a las represalias de los golpistas sobre su familia allá por 1938. Tenía 33 años y transcurrido un tiempo fue fusilado junto otra persona en esa misma carretera donde ese día sus familiares esperaban, con la ansiedad dibujada en los ojos, la aparición de algún vestigio.

Han pasado diez días desde entonces y nos hemos puesto en contacto con él para entrevistarlo y que nos cuente cómo se ha desarrollado todo el proceso. Esto es lo que nos contó.

¿Cuánto han durado los trabajos de exhumación?
Los trabajos terminaron el viernes de la semana pasada, a media tarde. Han durado cuatro días completos.

¿Cuál era el estado de conservación de los restos?
Los huesos largos están bien. Lo que pasa es que, al ser el terreno tan húmero y al estar recubierto por escombros de la mina, los huesos de las costillas, el cráneo y demás están bastante deteriorados.

¿Se ha llevado a cabo el proceso de identificación?
Estamos esperando. Los restos están en el laboratorio de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) de Ponferrada. El proceso puede durar entre ocho meses y un año. Hasta que no lo hagan y nos den el informe, que es bastante extenso y completo, no sabemos si tendremos que hacer la prueba del ADN o no.

¿Ha encontrado obstáculos por parte de las autoridades?
Hemos sido bastante bien atendidos por las autoridades, fundamentalmente por la autoridad judicial. En cuanto se presentó la denuncia por la aparición de restos se presentó allí la Guardia Civil y el equipo forense del cuerpo. Ha sido un tratamiento muy bueno, maravilloso, muy atento, muy por la labor de recuperar los restos, algo que se consiguió al final.

¿Qué día le entregarán los restos?
Lo que te he comentado antes: creemos que será entre ocho meses y un año. Por lo visto, en el laboratorio hay bastantes restos de la campaña de la ARMH. Entonces, lógicamente, eso lleva un método: empezarán por analizar lo que lleve ahí más tiempo y terminarán por lo último, que serán los restos de mi tío y la otra persona que estaba con él en la fosa. Como esto es todo voluntario depende de la disponibilidad que puedan tener los científicos. Es la parte menos ingrata de pasar. Si tarda seis meses estará muy bien y si tarda ocho también estará muy bien, no pasa nada.

¿Han decidido ya qué van a hacer con ellos?
Los restos de mi tío Nicomedes, cumpliendo la promesa que le hice a mi madre, reposarán ya para siempre junto con los restos de ella, en el cementerio municipal de Osuna. Respecto de los de la otra persona, se está investigando también para que pueda obtener un destino lo más digno posible. Sabemos que la familia de José Sánchez es originaria de Mairena del Alcor y residía en Nerva. Él era también minero y tenía una familia extensa, unos siete hermanos, creo recordar.

¿No hay nadie que haya reclamado los restos de José?
Si no apareciese algún familiar que lo reclamase, el protocolo de actuación en la exhumación de fosas tiene previsto que se haga cargo el Ayuntamiento en cuyo término municipal aparezcan los restos, en este caso el de El Madroño.

¿Cómo van a identificar si son los restos de ese hombre?
Si no aparece algún familiar, se podría probar información que hubiera en la tradición familiar sobre él, y si no se buscaría algún familiar para hacerle una prueba de ADN.

¿Cómo os habéis sentido la familia al recuperar a vuestro paciente desaparecido?
Muy unidos. Todos los sobrinos de nuestro tío Nicomedes, los que estuvimos allí y los que no pudieron estar, estamos muy satisfechos, casi se puede decir que contentos. Satisfechos de que mi tío haya dejado de estar ahí. Hoy ha hecho ya una semana, y hoy cuando me levanté dije: “Ya hoy hace una semana que mi tío no está en la tierra y va a estar en otro sitio con un final digno”.

¿Os anima la experiencia vivida para continuar con la búsqueda de vuestro otro tío?
Sí. Mi tío Benito tenía dos hijas. Yo he hablado con ellas y parece que tienen buena disposición para localizar los restos de mi tío en cuanto puedan. También hay una nieta que está bastante interesada en el tema. Si es factible, lo intentaremos, a ver si podemos conseguirlo también.

¿Tenéis alguna pista de dónde puede estar o algún testimonio que os haya podido indicar algo?
La verdad es que esa investigación está todavía toda por hacer. El dato que sí conocemos es que él murió en el barranco de El Palmitoso. Recibió un disparo en una pierna y murió desangrado. Puede estar en cualquiera de los campamentos de fugitivos que había por la zona. Hay que ir rápido a Nerva y enterarse de alguien que pueda tener noticias de mi tío Benito e intentar saberlo.

¿Qué le dirías a quienes afirman que una cosa así se hace sólo por venganza?
Ese tipo de opinión me parece una barbaridad. Un país que no asume su historia, o que no quiere asumirla, porque le desagrada, argumentando razones de ese tipo, es una sociedad democrática que no está sana. No tiene otra lectura, porque no puede haber miles de personas enterradas en cunetas, en campos abiertos… Esto no es un ejercicio de despecho. Lo que corresponde es que los restos de todos los ciudadanos de un país están destinados a ser enterrados en los sitios que la Ley dicte, que los familiares puedan acceder a su duelo, a llevarle flores y demás. No es una lectura política, sino simplemente un ejercicio de derecho. Un enterramiento fuera del cementerio municipal no deja de ser un hecho delictivo, ilógico incluso. Eso, mientras antes lo solucione la sociedad, antes podremos pasar a dedicarnos a otras cosas. Yo no guardo una gota de rencor a nadie, porque es imposible. La reconciliación sólo es factible si las dos partes que disputan se ponen de acuerdo, son capaces de hablar y dejar el tema solucionado. Cuando se reclama reconciliación de una parte a la otra nada más porque no nos molesten, eso es ficticio y seguirá cerrado en falso.

Un nombre pronunciado entre el silencio

sevilla!report | El pasado miércoles el tiempo se comportó. Comenzó el día con ciertas dudas, algo nublado y frío, pero a medida que avanzó la mañana un sol resplandeciente se fue abriendo paso y ya no nos abandonó en el resto de la jornada. A primera hora del día partimos hacia El Castillo de las Guardas y la zona de sus pedanías para grabar una exhumación y efectuar algunas entrevistas para el documental y el reportaje en el que estamos trabajando.

La noche antes contactamos con María Dolores Nepomucemo, de la Asociación de la Memoria Histórica de El Castillo de las Guardas, para planificar el viaje y las personas con las que íbamos a contactar. María Dolores no podía acompañarnos por una leve indisposición y María Ángeles Hidalgo, nieta del teniente de alcalde fusilado Salvador Rodríguez, tampoco podía hacerlo en esta ocasión por unos asuntos personales. María Ángeles se comprometió a venir con nosotros en la siguiente visita porque quiere que su entrevista se realice en el pueblo. Además nos contó que acaba de descubrir que un hermano de su abuelo tiene un hijo que sigue vivo y está tratando de localizarlo. En su día y ante las cámaras nos contará la historia completa.

Pasadas las nueve de la mañana llegamos a la fosa común. Está literalmente en la cuneta de una carretera angosta y escarpada, rebosante de humedad por todos lados. Allí se encuentra el equipo arqueológico, en pleno trabajo; dos hermanas de Santiago Fernández, el sobrino de Nicomedes, la persona cuyos restos pretenden rescatar; el marido de una de ellas; varios miembros de diferentes asociaciones de Memoria, y Cecilio Gordillo, el responsable del sitio todoslosnombres.org. El ambiente es tenso, se palpa el nerviosismo de los familiares. Es en esos momentos cuando uno se da cuenta de la importancia de contar todo esto para que no quede en el olvido.

En la fosa están los restos de dos personas, Nicomedes y otro más de cuya identidad no se tiene certeza. La fosa se encuentra en la carretera entre El Álamo y Villagordo, dos pedanías de El Castillo de las Guardas, junto al cauce de un pequeño arroyo. A esas horas de la mañana el equipo ya había localizado un hueso de tibia y algunos tejidos. La localización se produjo el día anterior, cuando tras una última palada apareció una suela de zapato. Un vecino de El Álamo que se acercó a nosotros nos contó que todo el mundo en la aldea sabía que esos cuerpos estaban allí. También nos dijo que un poco más arriba hay otra fosa donde yacen seis o siete y que era igual de conocido por todos.

Santiago Fernández llegó de El Castillo de las Guardas a las 11:20. Venía acompañado por la Guardia Civil tras interponer la correspondiente denuncia. Los agentes acordonaron la zona delimitada por los arqueólogos y nos pidieron que la abandonáramos. A partir de entonces sólo podían entrar los agentes de la Policía Judicial de la Rinconada, que ya estaban en camino. Aprovechamos el parón y realizamos las entrevistas al pie de la fosa: una a Santiago, otra al coordinador del equipo y una tercera al arqueólogo encargado de dirigir los trabajos.

A continuación nos dirigimos hacia Minas del Castillo a entrevistar a Isabel Cabrera, hija de Fernando Cabrera y hermana de Salvador, dos mineros que estuvieron refugiados en la mina de Peñas Altas. Esta entrevista era la que más inquietud nos había levantado por la avanzada edad de Isabel. Su voz, rota y descompuesta por golpes de tos que la asaltaban cada dos por tres dificultándole la respiración, inundaba la sala soleada de su casa, donde realizamos la entrevista. Mientras, la historia acaecida más de 70 años atrás nos fue envolviendo, colándose por nuestros oídos, hasta hacernos partícipes de ella, como si la hubiésemos vivido en nuestras propias carnes.

Isabel nos hablo de cómo vivían los familiares durante la estancia de los refugiados en la mina, de cómo le llevaban la comida a los mineros, de cuando a su madre la sorprendieron y se la llevaron presa a Huelva y al final la tuvieron que dejar en libertad, de cómo su padre huyó para después decidir volver y permaneció tres años preso en la cárcel del pueblo. Su hija Ángela nos ha prometido buscar fotografías de su abuelo y su tío y la correspondencia de su madre con su hermano Salvador, que huyó a Francia y cuyo rastro se perdió después durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando volvamos escanearemos dichos documentos para aportarlos en el documental.

Nuestra última gestión fue localizar el Bar Elías y a sus propietarios en la misma localidad. Tras preguntar a varios vecinos dimos con Victoriano, el hijo del propietario. Le explicamos la necesidad de concertar una cita para más adelante en la que nos pudiera conducir hasta la mina y sus alrededores para filmarla. Le dijimos que José María García Márquez, el historiador, nos había contado que ya había colaborado con él cuando realizó la investigación.

Victoriano nos aclaró que quien lo había hecho era su padre, un hombre mayor experto conocedor del terreno, pero que él estaba bastante interesado en el tema y que le diéramos tiempo para recorrer los lugares acompañando a su padre y para hacerse una composición del lugar. Luego quedaríamos y nos acompañaría personalmente al lugar. También nos contó que justo enfrente del pueblo, de apenas una calle, al otro lado de la carretera, hay otro fusilado enterrado y que todo el mundo lo sabe. Además nos dijo que junto a la mina existe una pequeña gruta apenas perceptible donde otro huido se llevó bastantes años oculto sin que jamás fuese descubierto. También se comprometió a localizarla y mostrárnosla en nuestra próxima visita.

Después de una jornada de arduo y gratificador trabajo, quedamos impresionados por la calma que se vive en esos lares. Es como el preludio del silencio que durante tantos años ha amortiguado los ecos de la tragedia. Esa calma densa, que casi se puede cortar, se adorna de rostros cargados de vida condensada en los surcos que los recorren. Rostros acostumbrados a callar y a bajar la mirada para que nadie pueda descubrir lo que saben.

La batalla por la redención de los nombres

JESÚS RODRÍGUEZ / GREGORIO VERDUGO. Nélida y Pilar descubrieron, más de 74 años después, que su tío José fue uno de los masacrados de la columna que se desplazó desde Riotinto a Sevilla, para liberar la ciudad de las garras de Queipo de Llano el 19 de julio de 1936. Un comentario casual de una amiga en una exposición fotográfica sobre la Guerra Civil en Madrid supuso el inicio de un periplo de incertidumbres y dificultades para recuperar los restos de su familiar. El mismo tortuoso recorrido por los senderos que transitan miles de familiares de víctimas del franquismo, que buscan a sus seres queridos por las cunetas y fosas comunes esparcidas por todo el país, para recuperar sus nombres.

Índice de apartados (accede al post y pincha en los enlaces):

  1. La batalla por la redención de los nombres
  2. Las cifras de la represión
  3. Tras las huellas de los suyos
  4. La historia oculta y rescatada
  5. Sólo los perros esconden los huesos
  6. Rastreando el hálito de diecisiete flores

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La Historia en las cunetas

«La batalla de la memoria la ganó Franco, pero bien ganada», dice el historiador José María García Márquez con la mirada intensa agazapada tras unas gafas de cristal estrecho. En esos ojos se adivinan años de escudriñamiento sobre la Guerra Civil en Sevilla y Huelva, sobre la represión y sobre la identidad de miles de personas que aún vagan por cunetas y olivares, sin nombre, sin recuerdo.

La carrera de José María está basada en la búsqueda de la historia de muchos de aquellos que murieron reprimidos desde el alzamiento de 1936, y sus historias, como leyendas negras narradas en noches de tormenta, asaltan su memoria, como la de aquél que cortó unas orejas a un fusilado para guardarlas como trofeo y fue considerado un «ardiente defensor del glorioso movimiento nacional». Historias de estar «dentro del fango, de las catacumbas del terror».

Su labor de investigación y reconstrucción de la historia a partir de los documentos del régimen franquista tiene como fin, además de la recuperación de la identidad y el emplazamiento de miles de personas represaliadas, el esclarecimiento de una de nuestras épocas más oscuras, «algo que no se estudia en la escuela, que es donde se debería tratar esto, como se hizo con las dictaduras del nazismo y el comunismo en Alemania». Contribuir a «que se sepa quién era Francisco Franco o cualquier otro, que es lo importante, y no quitarle su nombre a una calle cualquiera».

La obra histórica de José María García Márquez es fundamental para tapar los desconchones que pueblan la tapia de aquellos años oscuros sobre los que, poco a poco, con la suavidad de la distancia, comienza a caer la luz.

Un post y una entrevista realizada por Jack Daniel’s y el que esto firma.

Las 17 mujeres fusiladas de Guillena

Jesús Rodríguez / Gregorio Verdugo

Guillena es un pueblo situado apenas a 20 kilómetros de Sevilla que en 1936 contaba con una población de 4.000 habitantes. Cuando se conoció la noticia de que el ejército rebelde se había sublevado contra la legalídad democrática de la República, la gente del pueblo formó un comité que se encargó de la recogida de armas por casas y cortijos, con la anuencia del brigada comandante de puesto de la Guardia Civil.

Establecieron guardias y vigilancia en los accesos al pueblo, llevaron en camionetas víveres y dinamitas a varias poblaciones cercanas e intentaron, sin éxito, volar un puente sobre el Guadalquivir en la localidad vecina de La Algaba.

A las ocho de la tarde del 26 de julio de aquel año, una columna mandada por Ramón de Carranza, que luego fue el primer alcalde franquista de la ciudad de Sevilla, tomó el pueblo y dejó nombrada una comisión gestora a cargo del Ayuntamiento que lo primero que hizo fue suspender a todos los empleados municipales, excepto el alguacil y el jardinero, y sustituir al secretario por otro nuevo.

Dos días más tarde llegó a Guillena una columna al mando del brigada de la Guardia Civil Juan Ruiz Calderón, que se encargó de poner en marcha las milicias junto a Antonio Belmonte, jefe de Falange, y comenzaron las detenciones y las batidas en las inmediaciones de los pueblos para iniciar la represión y persecución de los huidos y, además, evitar los asaltos que se venían dando en cortijos y fincas en busca de alimentos.

Comenzaron entonces las detenciones y los traslados de prisioneros a Sevilla para ser a los pocos días ejecutados. La gran mayoría de los detenidos se entregaron voluntariamente, engañados por los continuos señuelos de los represores y por las amenazas contra sus familiares.

En medio de esa brutal ola de represión que se desencadenó después, durante el otoño de 1937, 19 mujeres del pueblo fueron detenidas y posteriormente sacadas de la cárcel, paseadas públicamente con las cabezas rapadas y obligadas a asistir a misa. Pocos días después, trasladaron a 17 de ellas a la localidad cercana de Gerena, donde fueron asesinadas alrededor de las 10 de la mañana y arrojadas a una fosa común en el cementerio.

José Domínguez, que por entonces tenía ocho años y se encontraba jugando en un olivar cercano junto a sus amigos, le contó al profesor Leonardo Alanís Falante que durante la masacre las mujeres trataron de esconderse en los nichos excavados en la tierra y un sujeto apodado el Moña las cogía por los pelos y las ponía para que las mataran. Mientras ellas trataban de protegerse, sus verdugos disparaban sus fusiles desde la cancela del camposanto. Eran algo más de una docena, todos falangistas, salvo dos o tres guardias civiles. Una de las 17 mujeres presentaba un avanzado estado de gestación. La mayoría de ellas todavía permanecen inscritas en los registros civiles como personas vivas. La hija de una conservó para siempre la hoja del calendario que marcaba el día fatídico de aquel año en que asesinaron a su madre. Se puede decir que a partir de entonces su vida se convirtió en una prolongación inacabable de aquel noviembre trágico que se hizo eterno hasta el final de sus días.

Miguel Aguilera Garzón y Manuel Domínguez Postigo son, respectivamente, hijo y nieto de dos de aquellas mujeres. Hoy están luchando contra las adversidades para encontrar sus cuerpos y recuperarlos para honrar sus nombres y su memoria. Ésta es la historia que nos contaron.

La puerta abierta al fusilado

El Castillo de las Guardas es el pueblo típico de la Sierra Norte de Sevilla, de casas empedradas, calles estrechas, cuesta arriba, donde impera el silencio y nada acontece. Pero aquí, como en muchos otros lugares, la quietud que invade recorre cada rincón cayó sobre el pueblo como un telón de plomo. Del mismo plomo que, veloz, irremediable, se llevó por delante cientos de vidas, de nombres, de historias, en medio del estruendo que precedió a este silencio pétreo de décadas.

El sábado, 23 de octubre, una columna de valientes ascendió a la cumbre del pueblo para desempolvar las historias tras años de sombras. Vecinos de El Castillo junto a muchos que allí tienen sus raíces pero que han echado ramas fuertes en lejanos lugares de la provincia, e incluso algunos que desde la Castilla vieja llegaron a dejar caer las hojas en la Sierra sevillana. Entre todos, piedra a piedra, con la argamasa del recuerdo y la palabra, levantaban de nuevo un gran pilar donde la luz del día claro ilumine todos los nombres de los olvidados, grabados para siempre.

«No sabemos dónde está, pero al menos ahora sabemos que no está desaparecido, que no es un extraño».

Tener alguna certeza es el antídoto contra la duda de pronunciar el nombre de un familiar perdido, extraviado sin fin, en aquellos años. Hacerlo es como llamar, sin respuesta, lo que una vez se tuvo entre las manos y ahora no es más que niebla que se esfuma, arena que se escapa entre los dedos y ya no nos pertenece. Nombrarlos es nombrar un fantasma que vaga por los campos, que quiere volver y no conoce el camino.

«Mi abuela vivió con la puerta de la casa abierta de par en par, por si volvía su hermano, desaparecido en la guerra. Así murió, rogando a los vecinos que no la cerrasen».

Los encuentros que organiza TodosLosNombres.org, como éste de El Castillo, sirven para abrir la puerta de la casa propia, para que la luz entre y desvele las historias de los olvidados. Para mostrar el camino de vuelta a los nombres que, como fantasmas, se arrastran por el limbo de los años sin que nadie los procure. Para construir con testimonios una casa común por cuya puerta entren todos los que vienen de tan lejos como los llevó el tiempo, a buscar su propio nombre, enterrado en la tierra, sus raíces. A redimirles con una palabra: «aquí estoy, vente conmigo».

Un reportaje realizado junto a Jack Daniel’s.