Dios está en la lluvia: el ideal de libertad en 1984 y V de Vendetta

Cuando se habla de 1984 de George Orwell y de la película V de Vendetta, normalmente se tiende a asociar ambas obras, y no sólo eso, sino que se establecen multitud de similitudes y paralelismos entre el desarrollo, el trasfondo, el mensaje y las ideas de cada una.

Sin embargo, como veremos en estas páginas, dichas obras no comparten más similitudes de forma y de planteamiento -de esto, incluso no tanto-, una fachada bajo la cual se presentan ideas y conclusiones muy diferentes.

Como decimos, aunque la puesta en escena es similar -una atmósfera política y social asfixiante, compuesta por un gobierno totalitario, con un líder y un partido únicos y absolutos, que controla la vida y el pensamiento de una población sumisa-, en el comienzo de cada obra se establece entre ambas una oposición fundamental que marcará el desarrollo de los argumentos y, por ende, el sentido y las ideas sobre las que se sustentas las obras.

Mientras que en 1984 vemos a Winston Smith, el protagonista, desconcertado no sólo ante el mundo que le ha tocado vivir y que no comprende -cuando mira por la ventana-, sino también ante el pasado que vivió y que ya no recuerda ni siquiera en lo más inmediato, la consigna inicial de V de Vendetta es la tradicional canción de la Bonfire Night anglosajona:

Remember, remember the 5th of November,
the gunpowder treason and plot.
I know of no reason
why the gunpowder treason
should ever be forgot.

Esta evocación a una antigua leyenda ya olvidada por los habitantes de la Inglaterra de V de Vendetta representa no sólo una invitación a escarbar en los orígenes, en el pasado no tan lejano que, como en el caso de 1984, se ha diluido en las mentes de una población sumida y adormilada por el poder, sino que además es un canto al recuerdo del hecho concreto al que hace referencia: la traición de Guy Fawkes y sus compinches en 1605.

La narradora de la película, de hecho la protagonista Evey Hammond, pregunta: “¿Pero qué ha sido del hombre?”, en alusión a Guy Fawkes. Tras ello, nos sitúa tras la estela de la segunda directriz que rige el argumento del filme:

Nos dicen que recordemos los ideales, no al hombre, porque con un hombre se puede acabar (…), pero cuatrocientos años más tarde, los ideales pueden seguir cambiando el mundo. Y he visto con mis propios ojos el poder de los ideales. He visto a gente matar por ellos y morir por defenderlos. No se puede besar un ideal, ni tocarlo o cazarlo. Los ideales no sangran, no sufren, y tampoco aman.

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V di Vendetta

Supongo que una gran cantidad de quienes lean esto, si no todos, habrán leído el cómic V de Vendetta o habrán visto la película homónima. De modo que conocerán la historia del héroe Guy Fawkes, que en 1605 quiso volar el edificio del Parlamento británico en aras de la consecución de un ideal: el de la libertad de los católicos en el Reino Unido.

Fawkes fue capturado y ajusticiado. Y con él, todos los conspiradores que le acompañaban en esta empresa. Pero, como dice la voz de Natalie Portman en el prólogo de la película, «a un hombre pueden matarlo, pero 400 años más tarde los ideales pueden seguir cambiando el mundo».

Probablemente eso será lo que le pasará a Massimo Tartaglia, el italiano que golpeó en la cara a Silvio Berlusconi el pasado domingo. Un Fawkes moderno, a la italiana. Lo arrestaron, y seguramente acabará en la cárcel. Pero ese acto suyo, recogido por todas las televisiones y periódicos del mundo, quedará para la posteridad como la encarnación de un ideal.

Tras años de inestabilidad, corrupción, tensión social, populismo y todo tipo de abusos, la política italiana ha alcanzado ese punto en el que el gobernante absorbe para sí el poder absoluto del Estado y lo personaliza, como sucede con Berlusconi, al igual que en V de Vendetta el poder se concentra en la figura del High Chancelor Satler. En ese punto, el símbolo del poder se convierte en un icono: una persona rodeada de un aura de intocable.

Pero resulta que a veces surge de las sombras un Fawkes o un Tartaglia, un iconoclastia que quebranta ese aura que, en apariencia, vuelve intocables a las figuras que personfican el poder simbólico. Eso es lo que hace V en la película: hace ver al pueblo de Inglaterra cuál es su verdadero poder, y entre todos tumban al Gobierno. Y eso le pasó el domingo a Berlusconi. Tartaglia fue capaz de tumbarle con un golpe, y todos sus compatriotas vieron cómo el lider supremo dejó de ser intocable. Y esa imagen será la que quede en su memoria, como el símbolo de la iconoclastia del poder personal.

La imagen de ese Berlusconi sangrante y con la mirada desnortada recuerda a la del Líder Satler en las escaleras del metro de Londres, maniatado y de rodillas ante V, que encarna a todos los ingleses. Entonces, Satler se da cuenta de lo que ha hecho, y por arrepentimiento o cobardía acaba llorando y pidiendo clemencia. Así vemos a Berlusconi, preguntando a sus allegados: «¿Por qué me odian tanto?». De un modo u otro, tiene miedo, porque sabe que el golpe de Tartaglia es el peor de los que podrían haberle dado.

En la película, finalmente, Creedy -el jefe del partido de Satler, el Norsefire-, mira al High Chancelor y le dice: «Me das asco». Y lo mata con un tiro en la frente. Probablemente, con el golpe que Tartaglia le dio en la cara, toda Italia le esté diciendo lo mismo a Berlusconi.