V di Vendetta

Supongo que una gran cantidad de quienes lean esto, si no todos, habrán leído el cómic V de Vendetta o habrán visto la película homónima. De modo que conocerán la historia del héroe Guy Fawkes, que en 1605 quiso volar el edificio del Parlamento británico en aras de la consecución de un ideal: el de la libertad de los católicos en el Reino Unido.

Fawkes fue capturado y ajusticiado. Y con él, todos los conspiradores que le acompañaban en esta empresa. Pero, como dice la voz de Natalie Portman en el prólogo de la película, «a un hombre pueden matarlo, pero 400 años más tarde los ideales pueden seguir cambiando el mundo».

Probablemente eso será lo que le pasará a Massimo Tartaglia, el italiano que golpeó en la cara a Silvio Berlusconi el pasado domingo. Un Fawkes moderno, a la italiana. Lo arrestaron, y seguramente acabará en la cárcel. Pero ese acto suyo, recogido por todas las televisiones y periódicos del mundo, quedará para la posteridad como la encarnación de un ideal.

Tras años de inestabilidad, corrupción, tensión social, populismo y todo tipo de abusos, la política italiana ha alcanzado ese punto en el que el gobernante absorbe para sí el poder absoluto del Estado y lo personaliza, como sucede con Berlusconi, al igual que en V de Vendetta el poder se concentra en la figura del High Chancelor Satler. En ese punto, el símbolo del poder se convierte en un icono: una persona rodeada de un aura de intocable.

Pero resulta que a veces surge de las sombras un Fawkes o un Tartaglia, un iconoclastia que quebranta ese aura que, en apariencia, vuelve intocables a las figuras que personfican el poder simbólico. Eso es lo que hace V en la película: hace ver al pueblo de Inglaterra cuál es su verdadero poder, y entre todos tumban al Gobierno. Y eso le pasó el domingo a Berlusconi. Tartaglia fue capaz de tumbarle con un golpe, y todos sus compatriotas vieron cómo el lider supremo dejó de ser intocable. Y esa imagen será la que quede en su memoria, como el símbolo de la iconoclastia del poder personal.

La imagen de ese Berlusconi sangrante y con la mirada desnortada recuerda a la del Líder Satler en las escaleras del metro de Londres, maniatado y de rodillas ante V, que encarna a todos los ingleses. Entonces, Satler se da cuenta de lo que ha hecho, y por arrepentimiento o cobardía acaba llorando y pidiendo clemencia. Así vemos a Berlusconi, preguntando a sus allegados: «¿Por qué me odian tanto?». De un modo u otro, tiene miedo, porque sabe que el golpe de Tartaglia es el peor de los que podrían haberle dado.

En la película, finalmente, Creedy -el jefe del partido de Satler, el Norsefire-, mira al High Chancelor y le dice: «Me das asco». Y lo mata con un tiro en la frente. Probablemente, con el golpe que Tartaglia le dio en la cara, toda Italia le esté diciendo lo mismo a Berlusconi.

Publicado por

Jesús Rodríguez

Periodista, fotógrafo, locutor de radio y escritor de Sevilla. He trabajado para más de veinte medios en distintos soportes. Estoy especializado en política, datos, temas sociales y música electrónica.